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Proyecto Visión 21

¿Cuándo se encontrará una cura para la insensatez?

Francisco Miraval

Recientemente, uno de mis alumnos solicitó mi ayuda para resolver un inconveniente ya que, me dijo, tenía problemas para subir sus tareas al sitio electrónico de nuestra clase y sus mensajes al departamento de tecnología no habían recibido respuesta.

Si las tareas no aparecen antes de la fecha límite en la casilla apropiada del sitio del curso, el estudiante puede perder algunos o todos los puntos correspondientes a esa tarea. Por eso, le envíe un mensaje al departamento de tecnología explicando el problema.

Poco después recibí una respuesta diciéndome que si yo no sabía cómo usar el programa en cuestión entonces debería asistir a algunos de los seminarios en los que se explicaría la manera de usar ese programa.

Les respondí diciendo que yo no tenía ningún problema con el programa, que el problema era de uno de los alumnos, por lo que les pedí que se comuniquen con él, no conmigo. Además, les informé que no asistiría a los seminarios sugeridos, por ser innecesario.

Recibí entonces otra respuesta, en este caso indicándome que si yo no podía asistir a los seminarios entonces debería ir con mi laptop a la oficina del departamento de tecnología para que alguien me explique allí cómo usar el programa que me estaba causando problemas.

Volví a decirles que ni yo ni mi laptop teníamos ningún problema con ningún programa y que el problema era que uno de mis alumnos (solamente uno) no podía subir sus tareas y que ese alumno ya había tratado de comunicarse con ellos. Y les volvía a pedir que se comunicasen con mi alumno, no conmigo.

Me llegó entonces otro mensaje, en este caso diciendo que si yo no podía ir hasta la oficina del departamento de tecnología, ellos vendrían hasta mi salón antes de mi clase para explicarme con su laptop cómo usar el programa.

Ya cansado, les dije que se olvidasen del tema y que el problema estaba solucionado. Sin embargo, ese mismo día, poco antes del inicio de mi clase, alguien del departamento de tecnología llegó a mi aula con su laptop para “enseñarme” cómo usar el programa. Le indiqué, esta vez cara a cara, que yo sabía usar el programa y que el problema lo tenía uno de mis alumnos.

Le dije, entonces, “Pretendamos que yo soy el alumno Fulano de Tal. Este es mi problema”. El técnico pareció entender la situación y, tras revisar y cambiar algunas de las opciones, me dijo: “Sí, otros alumnos tienen ese mismo problema. Todavía no sabemos cómo resolverlo”.

A pesar de mi frustración, le sugerí que se quedase unos minutos más porque la clase estaba a punto de comenzar y el alumno en cuestión estaba por llegar. Sin embargo, el técnico dijo que tenía que irse, pero me pidió el nombre del alumno, prometiéndome resolver el tema.

Al día siguiente descubrí que mi alumno había sido borrado de la lista de estudiantes de mi clase. Me dijeron que era sólo un error que sería corregido “a la brevedad posible”.

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