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Proyecto Visión 21

¿Podemos, por favor, por lo menos respetar la transición final de esta vida al más allá?

Francisco Miraval

Hace algún tiempo asistí un funeral para expresar mis condolencias a una persona amiga de la familia cuya madre, ya octogenaria, había fallecido. Poco es lo que se puede hacer o decir en esas circunstancias, excepto estar presente y acompañar a quienes pasan por un momento de duelo. Pero, según descubrí ese día, mucho puede hacerse para arruinar ese momento.

Para conmemorar la vida de la matriarca de la familia, cuatro generaciones de sus descendientes y decenas de otros familiares y amigos se congregaron en una pequeña capilla. Cuando todo estuvo dispuesto, el servicio fúnebre comenzó con unas palabras introductorias por parte del pastor a cargo de la ceremonia.

Y una hora después, el “pastor” todavía seguía hablando, no de la anciana, sino de sí mismo, de su carrera y de sus calificaciones para su “ministerio”. Mientras tanto, las hijas de la persona fallecida lloraban desconsoladamente.

Aún peor, el intento de incluir canciones durante la meditación fracasó porque la persona a cargo no supo manejar la computadora, por lo que ciertas imágenes (nada malo, pero sí imprudente) que no tendrían que haberse mostrado en la pantalla junto al féretro allí se mostraron.

La situación empeoró aún más cuando, sin previo acuerdo con la familia de la anciana, el pastor pidió que alguien de esa familia leyese una biografía de la anciana. Como nadie estaba preparado, sólo se repitieron el nombre, la fecha de nacimiento y deceso, y el lugar de nacimiento de la anciana.

Además, sin haberle avisado por anticipado, el pastor le pidió a una de las hijas de la anciana que pasase a decir algunas palabras. Hubo miradas de asombro entre los familiares y largos minutos de silencio hasta que la hija finalmente pudo articular unas muy sensibles palabras de homenaje a su madre.

De allí en más, nada mejoró. El pastor siguió hablando sobre él y sobre su ministerio, interrumpiendo ocasionalmente su “mensaje” para buscar con premura en su teléfono algún versículo bíblico para citar. Y en muchos casos los presuntos “versículos bíblicos” no lo eran, y ni siquiera eran pensamientos adecuados para un funeral.

Finalmente, una hora después de haber comenzado la ceremonia, el pastor anunció que él realizaría una oración final para concluir el servicio. Es verdad que en la oración se pidió por el consuelo divino para los deudos, pero la oración final pareció ser casi tan larga como todo el “sermón” anterior, y tan desconectada de lo que estaba pasando como todo lo dicho antes.

¿Hasta qué punto hemos devaluado la muerte y la religión? ¿Tanto hemos perdido nuestro respeto por la vida misma y por el misterio de la vida que ya ni siquiera nos preparamos para decir algo coherente en ese momento de despedida? Y si eso le hacemos a los muertos, ¿qué le estamos haciendo a los vivos?

La muerte, lo único que todos los seremos humanos tenemos en común, merece mucho más respeto que un improvisado e incoherente discurso. ¿O será que ya tampoco se respeta a la vida? 

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