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Proyecto Visión 21

¿Qué nos pagan cuando nos pagan nuestros salarios?

Francisco Miraval

Recientemente alguien me dijo que le gustaba una cierta propuesta para un proyecto de consultoría, pero que no podía aprobarla porque a su jefe, por algún motivo no explicado, no le había gustado. Le pregunté entonces qué había dicho él y la respuesta fue clara: “Nada. Ante mi jefe guardo silencio”.

La situación me hizo pensar y me llevó a ver claramente una vez más que lo que se nos paga cuando se nos pagan nuestros no es nuestro trabajo, sino nuestro silencio. No se nos paga por trabajar, sino por no hablar, por callarnos, por no pensar.

La verdad no importa. Las oportunidades quedan descartadas. El diálogo no existe. La única respuesta aceptable es el obediente silencio, que se ve entonces compensado por un mísero salario para que al otro día volvamos a aceptar en silencio, casi cobardemente, el autoritarismo narcisista de quienes tienen como único poder el poder de firmar un cheque.

¡Cuánta razón tenía Kafka al describirnos como desagradables insectos, impuros, indeseables, intratables e inservibles (todos significados de la palabra que él usa, en alemán, para describir la situación de Gregor Samsa al inicio de su Metamorfosis)!

Y parece que Nietzsche tenía razón cuando nos describía como “últimos hombres”, es decir, seres humanos que sólo pueden pestañear, fingir una sonrisa y desentenderse de todo tipo de problemática mientras sean compensados, aunque sea inadecuadamente, por mantenerse callados.

En ciertos momentos, el silencio es saludable porque lleva a la sabiduría, como cuando Job finalmente dejó de hablar de todos sus sufrimientos y fue sólo entonces cuando obtuvo la respuesta divina. O cuando un discípulo, en vez de responderle a Buda sobre el significado de una flor, simplemente sonrió y guardó silencio.

Pero en muchos otros casos, cuando ese silencio no es ni resultado ni expresión de sabiduría interna, sino que el silencio es el prerrequisito para continuar recibiendo un cheque o un pago, entonces el silencio se vuelve destructivo y autodestructivo.

Obviamente, no juzgo a aquella persona que prefiere mantenerse en silencio para no perder un trabajo, pero sí expreso mi preocupación por una sociedad en la que eso suceda, en la que algo tan simple y tan humano como pensar por cuenta propia puede generar consecuencias indeseables.

Y aclaro que no me importa que se haya rechazado mi propuesta. Nadie tiene la obligación de aceptar nada de lo que digo o de lo que propongo ni yo tengo el derecho a que se acepte nada de lo que digo o propongo. Lo que me resulta problemático es que alguien (la persona mencionada al inicio de esta columna) viva sabiendo que su silencio es, en definitiva, más importante que su trabajo si quiere seguir teniendo trabajo.

A la vez, no me creo con el derecho de pensar en soluciones utópicas ni mucho menos sugerirlas, ni tampoco quiero ni debo darle consejos a nadie porque, después de todo, yo mismo no sé con qué me encontraré en la vida. Sólo pido saber cuándo callar y cuándo callar y cuándo hablar. 

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