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Proyecto Visión 21

¿Teléfonos inteligentes o escapismo insensato?

Francisco Miraval

Con frecuencia repito que no me gusta que mi teléfono sea más inteligente que yo, una frase que algunas veces genera unas pocas sonrisas pero que, según un reciente estudio, es cada vez más real, sobre todo entre los jóvenes para quienes el teléfono es un vehículo de escape tanto de la realidad como del pensar.

Según un estudio realizado por la Universidad Baylor (en Waco, Texas), los jóvenes estudiantes universitarios pasan cada día más horas con su teléfono que las horas que pasan trabajando o (supuestamente) estudiando.

El reporte, publicado en la revista especializada Journal of Behavioral Addictions, revela que, de promedio, los muchachos universitarios usan sus teléfonos celulares durante ocho horas diarias, mientras que, entre las muchachas, el uso del teléfono llega a las diez horas por día.

Según el Dr. James Roberts, de la mencionada universidad, esos números son “asombrosos” y podrían revelar “una creciente adicción” a los teléfonos inteligentes. Y una de las consecuencias de esa adicción es una disminución del desempeño académico de los estudiantes encuestados.

Dicho de otro modo, parece que cuando más inteligentes son los teléfonos, menos lo son sus usuarios.

Podría debatirse (y el debate ya existe) si es realmente necesario ir a la universidad en una época en que una aplicación en una teléfono inteligente puede proveer exactamente la misma información que se aprende en una clase universitaria.  Pero el tema es que los jóvenes adictos a los celulares inteligentes no usan esos artefactos para buscar información, sino para evitarla.

Según el Dr. Roberts, los teléfonos inteligentes se han convertido en un “mecanismo de escape” de la realidad y en una manera “de hacer trampa” no solamente dentro del aula, sino también en las relaciones fuera de las aulas, particularmente con familiares y con empleadores.

La encuesta, basada en las respuestas de 164 estudiantes, encontró que muchos de ellos se “sienten agitados” si no tienen el teléfono a la vista y que saben que “cada día pasan más tiempo” con el teléfono, en detrimento de relaciones reales con otras personas e incluso del bienestar general del usuario en cuestión.

La paradoja, puntualiza el Dr. Roberts en su estudio, es que los estudiantes usan el teléfono como un instrumento de liberación sin percibir que en realidad se están convirtiendo en esclavos del teléfono. Y, como parte de ese proceso, esos estudiantes dejan de pensar, dejan de estudiar y dejan de relacionarse con otros.

Por experiencia propia (por ejemplo, al asistir a reuniones comunitarias o empresariales), sé muy bien que no son sólo los jóvenes universitarios quienes se sienten adictos a los teléfonos inteligentes y atrapados por ellos. He visto la misma adicción entre adultos de toda edad, nivel educativo y situación económica.

Según Roberts, el 60 por ciento de los estudiantes universitarios admiten que son adictos a los teléfonos, mientras que muchos otros también lo son, pero no lo saben por ser una “adicción invisible.” Me pregunto cuántos de nosotros tampoco somos conscientes de esa y otras adicciones invisibles en nuestras vidas.

 

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