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Proyecto Visión 21

¿Y quién controlará entonces nuestra mente?

Francisco Miraval

Según un reciente artículo en BusinessWeek (30 de julio de este año) , una empresa de California está desarrollando un artefacto que pemitiría conectar al cerebro humano directamente con las computadoras.

Dicho de otra manera, ya no haría falta ni el teclado ni el ratón ni ningún otro elemento para ingresar datos o dar órdenes a la computadora, sino que se conectaría este nuevo aparato a la cabeza del usuario quien, únicamente con sus pensamientos, podría manejar la computadora.

El artículo en cuestión indica que la compañía Emotiv, basada en San Francisco, piensa distribuir el nuevo artefacto, llamado Epoc, a finales de este año, con un costo de 299 dólares.

Según Emotiv, la nueva conexión tiene 16 sensores que le permiten “escuchar” los pensamientos de una persona y luego “traducirlos” en instrucciones para la computadora, de modo que uno puede jugar a videojuegos o arreglar fotografías sin tener que mover las manos o que decir una sola palabra.

Otra empresa, NeuroSky, estaría desarrollando un artefacto similar. Y ambas compañías afirman que, aunque al principio venderán su artefacto como un elemento de diversión, eventualmente quisieran verlo como parte normal de los televisores o de equipos médicos.

La meta última es que un día se puedan conducir automóviles con la mente, sin necesidad de manos, pies, volantes o pedales.

Dejando de lado las infinitas posibilidades que este tipo de artefactos abre para los amantes de la ciencia ficción (y ya existen varios libros, películas y series con temas similares), me gustaría simplemente hacer dos preguntas:

Si el nuevo artefacto puede leer la mente y enviar información desde la mente hacia la computadora, ¿puede también enviar información desde la computadora hacia la mente? Y, en definitiva, ¿quién controlará nuestra mente?

Asumanos por un momento que la información fluye unidireccionalmente desde el cerebro a la computadora y supongamos que el artefacto funciona tan bien como sus diseñadores lo esperan. Si este artefacto puede leer y traducir mis pensamientos, ¿tengo que limitar mis pensamientos sólo a aquellos que yo quiero que la computadora se entere?

Por ejemplo, ¿que pasaría si, totalmente por accidente, al abrir un mensaje electrónico me encuentro con una imagen absolutamente inapropiada pero que despierta en mí una reacción natural casi inevitable?

¿Seguiría el artefacto, en contra de mi voluntad, abriendo páginas y páginas de imágenes similares nada más que porque ese pensamiento se cruzó por mi mente?

O supongamos que estoy escribiendo una historia (o dictándola mentalmente) y en un momento descubro que no es de la calidad que yo esperaba y entonces fugazmente pienso que habría que borrarla toda. ¿Entenderá la máquina que estoy dialogando conmigo mismo y no dando una orden?

Conociendo mi mente, la irrupción de pensamientos inesperados y azarosos no solamente es algo inevitable sino que es parte del mismo pensar. Por eso, el artefacto en cuestión debería ser tan bueno como para reconocer la diferencia entre los distintos tipos de pensamiento. O quizá, de tanto usarlo, eventualmente nos acostumbremos a pensar menos y a tener sólo pensamientos calculadores.

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