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Proyecto Visión 21

“Ayuda no, doctrina correcta sí”

Francisco Miraval

La afirmación me tomó por sorpresa, por lo que tuve que verificar que yo había escuchado y entendido bien lo que se me había dicho. Tras haber comprobado que no había malos entendidos por mi parte, traté de ofrecer una respuesta, pero no hubo oportunidad de hacerlo. La otra persona realmente había dicho: “La gente no necesita ayuda sino la doctrina correcta”.

¿Cómo es eso que la gente no necesita ayuda? ¿Acaso no necesitan ayuda los pobres, los desamparados, los discriminados y los marginalizados que no tienen nada excepto el deseo de sobrevivir un día más con lo poco que puedan conseguir ese día?

¿Y acaso no necesitan ayuda aquellos en el otro extremo de la escala social que, por tenerlo todo, se han olvidado incluso de su propia humanidad y de la humanidad de los otros, perdiéndose en la telaraña del consumismo y el materialismo?

¿Y no necesitamos ayuda cada uno de nosotros en algún momento de la vida? Un accidente, una enfermedad, la pérdida de un trabajo, un inesperado cambio de circunstancias puede dejarnos a cualquiera de nosotros en cualquier momento ante la necesidad de pedir y de recibir ayuda.

Obviamente, en muchos casos se debe realizar un cambio de actitud, un cambio de perspectiva, una transformación mental (metanoia, decían los griegos) para ver la vida con otros ojos y desde allí encontrar un camino distinto para transitar. Pero eso es algo muy distinto de aferrarse a una cierta “doctrina”.

Además, ¿qué pasa con aquellos que no siguen esa doctrina? ¿Vamos a hacerles preguntas a esas personas para ver qué piensan? En otras palabras, ¿vamos a inquirir sobre sus pensamientos? Si es así, ¿por qué entonces no establecer una inquisición para encontrar a todos quienes no se adhieran a la doctrina correcta? Parece que aún no aprendimos ciertas lecciones históricas.

En una época en la que vivimos en una sociedad global, tecno-científica y casi transhumana, impulsar desde la plataforma que fuere y por las razones que fuere la intolerancia y la deshumanización de quienes están en desacuerdo con nosotros resulta inadmisible.

Queda claro que cada persona tiene el derecho de pensar y creer lo que quiera, aunque esas creencias resulten claramente incompatibles con mis propias creencias. Y queda claro que la libertad de expresión y de ejercicio de la vida espiritual deben ser celebradas, respetadas y defendidas.

De allí la necesidad de responder, con paciencia y sabiduría, a estas afirmaciones que en esencia dicen “Si tú no piensas como yo entonces no mereces mi ayuda”. Me pregunto (para demostrar la absurdidad de esa postura) si la persona que compartió esa afirmación conmigo verifica las creencias de aquellos que lo ayudan, como su mecánico, o su médico, o los maestros de sus hijos.

Y también me preguntó qué pasó con aquello de “dar un vaso de agua al sediento” o de “ser un buen samaritano”. Hasta donde yo sé, quien hace dos milenios propuso esas acciones de ayuda al próximo nunca exigió que primero se administrase un examen doctrinal.

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