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Proyecto Visión 21

“La verdad, no tengo tiempo para eso”

Francisco Miraval

Recientemente, uno de mis alumnos (que está recorriendo sus primeros pasos en la universidad y en su vida como adulto) me preguntó qué podía o debía hacer para encontrar su verdadera vocación o destino y dedicarse luego a esa tarea. Le sugerí que unos momentos de reflexión y meditación lo ayudarían, pero me respondió “La verdad, no tengo tiempo para eso”.

Luego, durante una conversación con una señora ya mayor, la mujer me preguntó cuál era, en mi opinión, la mejor manera para que ella ayudase a educar a su nieta, una niña que ni siquiera todavía comenzó a ir a la escuela.

Le sugerí a la abuela que ella meditase y reflexionase sobre lo que descubría de ella y de su nieta en el tiempo que pasasen juntas y que luego, sobre la base de ese descubrimiento, decidiese cómo y cuándo intervenir y cuándo no hacerlo. “¿Meditación?”, me dijo. “Yo no tengo tiempo para eso”.

Si no tenemos tiempo para reflexionar y para meditar, para encontrarnos a nosotros mismos y para conocer a otros, para saber quiénes somos y qué queremos, ¿entonces en qué usamos el tiempo? ¿Qué puede ser más importante que conocerse a uno mismo y conocer verdaderamente a las otras personas?

Si no tenemos tiempo para reflexionar y para meditar, ¿a qué entonces le dedicamos tiempo y cuáles son los beneficios o los resultados de ese tiempo en el que vivimos sin ni siquiera conocernos?

Hace dos milenios y medio, en los inicios del pensamiento de la civilización occidental en las colonias griegas en Asia Menor, Heráclito consideraba como su mayor logro (por así decirlo) el hecho de haberse buscado e investigado a sí mismo.

Hoy, 2500 años después, esa invitación a atreverse a mirar hacia adentro es desoída y desconocida por la mayoría de nosotros, que no solamente no nos atrevemos a hacerlo, sino que ni siquiera nos atrevemos a pensar en hacerlo. Y entonces, como decía Heráclito, vivimos la vida como si estuviésemos dormidos, es decir, sin tomar consciencia de lo que nos está pasando.

El estudiante que mencioné más arriba parecía esperar que le llegase una fórmula externa que le diese sentido (tanto significado como dirección) a su vida. Y la abuela mencionada estaba buscando una especie de “receta de crianza” que le diese respuestas a su pregunta. Pero ni el estudiante ni la abuela estaban dispuestos a vivir sin fórmulas ni recetas, es decir, a conocerse primero y ante todo a ellos mismos.

Ellos, como nosotros, cayeron en la trampa de confundir lo urgente con lo importante, lo conocido con lo valioso, lo actual con lo seguro, la tradición con el futuro, lo exterior con lo interno y lo repetido con la verdad.

¿Qué quiero decir con estos ejemplos y con estas observaciones? En realidad, no quiero decir absolutamente nada. Se trata solamente de una invitación a evadir por un momento el abrumador tiempo mecánico para mirar hacia adentro y, por medio de un tiempo existencial de meditación, descubrirnos por primera vez.

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