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Proyecto Visión 21

“Mamá, ¿por qué ese señor compra tantos libros?”

Francisco Miraval

“Mamá, ¿por qué ese señor compra tantos libros?”, le preguntó una niña de no más de 10 años (quizá incluso menos) a su madre al verme comprar unos pocos libros en una tienda de artículos usados. “No sé, hija, quizá le guste leer”, fue la incisiva respuesta de la madre.

Hice lo mejor para ignorar el diálogo con una cortés sonrisa, pero, al hacerlo, la madre me dijo: “Señor, ¿usted lee todos esos libros”. “Por supuesto que no”, tuve ganas de decirle. “Sólo los uso como adorno y para nivelar las patas de mesas desniveladas”.

Pero mi mente y mi honestidad me traicionaron y respondí: “La verdad que sí, los leo todos. Pero no a la vez. Me lleva cierto tiempo, pero trato de leerlos todos”. Tras ello siguió otra aguda observación por parte de la madre: “Aaah.”

Puse los libros dentro de una bolsa de plástico y regresé a mi carro, pero me quedé pensando sobre las razones que llevan a una niña a asombrarse de que uno compre libros y a una madre a asombrarse que uno los lea.

Si yo hubiese comprado cinco o seis videojuegos, o cinco o seis revistas, o cinco o seis cajas de chocolate, o incluso cinco o seis teléfonos, no creo que nadie me hubiese cuestionado. Nadie me hubiese preguntado si realmente juego todo esos juegos, leo todas esas revistas, como todo ese chocolate o uso todos esos teléfonos. Pero los libros claramente generan otro cuestionamiento.

¿Por qué tiene que ser así? Quizá porque los libros ya se ven como algo del pasado, como un método obsoleto y en vías de extinción que próximamente desaparecerá del todo. Quizá porque ya no se lee, sino sólo unas pocas líneas en una pantalla, y aun así se lee mal y sin entender. Quizá porque ya se ha desvalorizado lenta búsqueda intelectual y se la ha reemplazado por las respuestas instantáneas de los buscadores en línea.

Es cierto que pertenezco a otra época, a la época en la que mi padre me llevaba casi cada sábado por la mañana a una tienda de artículos usados a comprar uno o dos libros usados para crear una pequeña biblioteca personal para mí.

Esos viajes sabatinos duraron años y crearon una biblioteca que aún tengo, pero, aún más importante, crearon en mí la necesidad personal de continuar una tradición que me conecta no sólo con los libros sino también con mi padre. En cierta forma, cada libro que agrego a la colección es un homenaje a mi padre, al pasado, y una muestra de esperanza para el futuro.

Pero mi experiencia pasada no necesariamente explica mi urgencia presente de comprar y leer libros usados. Existen, claro está, otras maneras de acceder a la información y también las uso con mucho beneficio emocional e intelectual. Pero los libros aún tienen ese “no sé qué”, ese atractivo análogo en la era digital que yo aún necesito.

¿Por qué, querida niña, compro tantos libros? Simplemente porque me gusta. Eso es todo. 

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