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Proyecto Visión 21

¿Que yo sé mucho? No. En realidad, no sé nada

“Usted sabe mucho”, me dijo un participante luego de una reciente presentación sobre los desafíos de integración social y cultural. Obviamente, esa persona está equivocada en su apreciación de mis conocimientos y, aunque con sincero agradecimiento por sus palabras, así se lo hice saber.

“Muchas gracias”, le dije, “pero no, yo no sé mucho”. “En el mejor de los casos, quizá aprendí algo antes que otros y por eso ahora puedo compartirlo”, le expliqué.

Debería haber agregado “Pero saber, no, no sé nada”. Y no se trata de una ostentosa e irreverente repetición de lo que alguna vez dijo Sócrates. En mi caso, mis conocimientos son tan reducidos que el oráculo de Delfos jamás ni siquiera me prestaría atención.

Si vamos a hablar de personas no solamente conocedoras de interminables temas, sino a la vez imbuidas de profunda sabiduría, entonces deberíamos hablar de mi mentor, quien durante una década me acompañó durante mis estudios de filosofía. Hasta hoy no sé cómo pudo tener tanta paciencia conmigo.

Además de escribir incontables libros y artículos y pertenecer a numerosas academias, mi mentor había completado cinco doctorados en distintas especialidades, siempre relacionadas con humanidades. Comparado con él, con su exquisito dominio de varios idiomas antiguos y modernos, con su autoridad al hablar, con su impecable razonamiento, yo no sé nada.

Y tampoco jamás podría compararme con un profesor de filosofía en la universidad, con quien tuve el privilegio de haber estudiado durante varios años. El, a su vez, había estudiado en Alemania con algunos de los más reconocidos filósofos europeos del siglo pasado. Y luego regresó para dar clases en la universidad. En este caso tampoco me explico cómo tuvo tanta paciencia con nosotros.

Pero no se trata sólo de personas de mi pasado, sino también del presente, como en el caso de mi propia hija quien actualmente está completando un doctorado en una prestigiosa universidad. A pesar de que la duplico en edad y que tengo muchos más años de educación formal de los que ella tiene, aun así, no llego ni remotamente a los conocimientos que ella ya tiene.

Alguien podrá decir, y con razón, que resulta irrelevante saber cuánto sabía mi mentor o mi profesor o cuánto sabe me hija, o, de hecho, cuán poco sé yo. Y alguien más, seguramente con las mejores intenciones, me dirá que no debo compararme, que yo soy quien soy, y que debo estar agradecido por lo que yo he aprendido.

Todo eso es verdad. Pero también es verdad que hubo muchas lecciones que yo debería haber aprendido y no lo hice y otras que debería haber aprendido antes y tardé demasiado en hacerlo. Además, muchas lecciones que aprendí ya las olvidé. Y una cantidad infinita de lecciones nunca las aprenderé.

Y eso me lleva a la conclusión: todo lo que hago, digo, comparto o enseño se basa más en mi ignorancia que en lo que otros creen que yo sé. De hecho, mis acciones y palabras revelan mi ignorancia. Lo sabio es reconocerlo.

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