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Proyecto Visión 21

Ana y Dwayne, a pesar de las diferencias, tienen mucho en común

Francisco Miraval

Ana y Dwayne no se conocen. De hecho, viven en lugares distintos, provienen de países distintos, hablan idiomas distintos y hasta el color de su piel es distinto. Pero a pesar de tantas diferencias, tienen algo que los une: una fe inquebrantable para sobreponerse a las adversidades de la vida.

Hablé con Ana recientemente. Ana es de El Salvador y hace diez años, tras el fallecimiento de su hijo mayor en aquel país, dejó a sus otros cuatro hijos para venirse a Estados Unidos. Como muchos otros, debió atravesar el desierto y sufrir todo tipo de circunstancias difíciles, hasta que finalmente logró estabilizarse, encontrar trabajo, casarse y tener otros dos hijos.

Cuando parecía que la vida le sonreía, y precisamente por eso, Ana decidió hace dos años, traer a sus otros hijos a Estados Unidos, pero sus hijos fueron detenidos dentro de territorio mexicano. Alguien llamó a Ana para pedirle un “rescate” por la liberación de sus hijos. Ana fue a México y, tras dos meses de negociaciones, logró que sus hijos quedasen en libertad.

Y entonces cruzó otra vez el desierto de Sonora, esta vez acompañada por sus hijos. Cuando la situación se volvió tan crítica que se disipaban las posibilidades de sobrevivir, Ana tomó la decisión de llamar ella misma a la Patrulla Fronteriza para que viniesen a buscarla a ella y a sus hijos. Esa decisión llevó a una orden de deportación que próximamente deberá cumplirse.

Le pregunté a Ana cómo se sentía al saber que iba a ser deportada, que tendría que dejar a parte de su familia y que tendría que regresar a un contexto de conflictos políticos y sociales del que hace una década buscó escapar. Su respuesta fue inmediata y directa (y no lo que yo esperaba): “Me siento con mucha fe y optimismo porque cuanto más grande es el problema, más grande es el milagro”.

A Dwayne, un hombre afroamericano, lo encontré caminando por las calles de Denver, ciudad en la que nació. Por algunas malas decisiones, Dwayne terminó en una penitenciaría, cumpliendo una sentencia que le impidió ver crecer a su hija. Pero esa separación lo llevó a pagar su deuda con la sociedad y a rehacer su vida, algo que aún no le resulta fácil.

Dwayne es un poeta ambulante que recorre el centro de Denver compartiendo sus poesías con quien lo quiera escuchar, no pidiendo nada a cambio, aunque siempre dispuesto a aceptar algunas donaciones. Sus poesías, a veces con lenguaje brutalmente directo, reflejan la desesperación de quien supo no tener ni voz, ni futuro, ni esperanza, ni para él ni para sus hijos. Como Ana y como muchos otros.

Cargando todas sus posesiones terrenales en una gastada mochila que llevaba en su espalda, Dwayne aún paga las consecuencias de un pasado que todavía le impide construir un futuro. Pero, como Ana, él tampoco pierde su fe.

“El diablo me engañó una vez, pero no lo voy a dejar que lo haga dos veces”, dijo Dwayne.

Bienaventurados sean ambos.

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