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Proyecto Visión 21

Buenos consejos de grandes escritores sobre la importancia de leer

Francisco Miraval

Debo confesar que cuando ya hace algunos años alguien me sugirió leer la novela La persecución de una oveja salvaje, de Haruki Murakami, mi reacción fue: ¿Qué? ¿Quién? ¿De qué se trata? y ¿Por qué?

La lectura de ese libro no me resultó sencilla, y aunque eventualmente leí otras cuatro novelas de Murakami, aun así, en todos los casos me quedé con la sensación de que yo había entendido poco y nada de los símbolos presentados en esas novelas, de los encuentros y desencuentros de los personajes, y de la poca diferencia entre realidad y fantasía.

En más de una ocasión me pregunté por qué estaba yo leyendo una novela de un escritor japonés cuando esa lectura me resultaba dificultosa, agradable y provechosa, pero no tan fácil como otros libros.

Tiempo después, encontré la respuesta, provista por el mismo Murakami, que alguna vez dijo: “Si tú sólo lees los libros que todos los demás leen, tú sólo podrás pensar lo que todos los demás piensan”.

Murakami tiene razón: no se trata solamente de leer, sino de expandir nuestro pensamiento con la lectura, por la lectura y gracias a la lectura. Y esa actitud de pensar al leer es precisamente lo opuesto de lo que Ortega y Gasset (creo que fue él) alguna vez caracterizó como “el patinar mental” sobre la página.

Esa conexión entre expandir nuestras lecturas y expandir nuestra mente es ampliamente conocida. De hecho, como decía Borges el universo mismo no es sino una gran biblioteca y él agregaba algo así como “los límites de mi biblioteca son los límites de mi mundo”.

Desde esa perspectiva, leer los libros que otros no leen significa en definitiva ampliar los límites de nuestro mundo y, como consecuencia, expandir nuestra conexión con el universo. A su vez, eso genera una nueva forma de diálogo interno y de diálogo con otros. Y esos nuevos diálogos funcionan como buenos antídotos a la adicción a nuestras propias ideas, la peor y más peligrosa de las adicciones, según nos advierte Richard Rohr.

Obviamente, leer libros no es la única forma de acceder a conocimiento. De hecho, durante gran parte de la historia de la humanidad no hubo libros y, cuando los hubo (sea en tabletas, en manuscritos o ya impresos) esos libros por lo general no estuvieron disponibles para la mayoría de las personas.

Pero ahora, por el contrario, existe una sobreabundancia de libros, tanto en papel como electrónicos, fácilmente disponibles sin costo o a precio reducido, de muy distinta calidad y dirigidos a toda clase de público y de intereses.

Sin embargo ¿de qué sirve que todos esos libros estén prácticamente a nuestro alcance si no los leemos?  ¿Y de qué sirve leerlos si al leernos no pensamos ni dialogamos? Sería un ejercicio tan inútil como buscar una misteriosa y fantástica oveja (¿o era una rata?) en el Japón de la postguerra.

Pero cuando los libros nos abren la mente, entonces, por así decir, formamos nuestra propia biblioteca (o “biblia”, como decían los griegos). 

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