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Proyecto Visión 21

Comentario Semanal 26 de marzo de 2018 #772

Recientemente me decidí a tomar un curso en línea porque planteaba una pregunta interesante: Si eres tan inteligente, ¿por qué no eres feliz? Pero cuando me dispuse a escuchar la primera clase, no había sonido en el video. El profesor hablaba y yo podía escucharlo. Fue algo muy frustrante.

Revisé entonces las conexiones del sistema de altoparlantes conectado con la computadora, y, como era de esperar, todo estaba en orden. Obviamente, me aseguré de que los altoparlantes estuviesen encendidos, y la lucecita verde en el frente de uno de ellos así lo indicó. Traté una vez más de escuchar el video y una vez más sólo había silencio.

El misterio se profundizaba y entonces decidí abrir ese mismo video en una tableta, en vez de mirarlo en la computadora, y en la tableta todo funcionaba con normalidad. Pero para esta clase yo preferí usar la computadora porque me resulta más fácil para responder a los cuestionarios o completar las tareas.

El problema, entonces, estaba en la computadora. Usé entonces el programa detector de problemas para ver qué sucedía con mi computadora que me impedía escuchar el video de la clase que me iba a hacer feliz sin quitarme mi inteligencia. Y casi inmediatamente el programa detectó que yo estaba usando un “driver” genérico para el audio en vez de uno específico.

Instalé el nuevo “driver” y, luego de hacerlo, tuve que calibrar los altoparlantes (algo que yo jamás había hecho) para “optimizar” el sonido. Y hasta pude elegir qué clase de sonido yo quería que la computadora imite si, en vez de altoparlantes, yo me decidía a usar auriculares. Ya con todo listo volví a mi curso y… silencio.

Con la computadora descartada como la fuente del problema, la única otra opción que se me ocurrió fue revisar el navegador que yo estaba usando. Quizá, me dije, había algo en la configuración que impedía escuchar los videos. Una minuciosa revisión de la configuración no detectó ningún problema.

El siguiente paso fue determinar si alguna de las extensiones del navegador estaba bloqueando el audio, por el motivo que fuese. Supuse que la extensión que uso para bloquear avisos consideró al video de la clase como un aviso, así que desactivé esa extensión para el sitio web de la clase, volví al video… y nuevamente silencio.

Ya para ese momento el entusiasmo inicial de aprender más sobre la conexión (o no) entre inteligencia y felicidad comenzaba a disiparse. Pero decidí no darme por vencido en mi búsqueda de una y de la otra, por lo que hice lo que debería haber hecho desde el principio del problema: revisar el nivel del volumen del video. E inmediatamente descubrí que estaba en “mudo”.

Me sentí como un principiante de la vida. Ahí estaba yo, tratando de resolver los profundos misterios de la felicidad y la inteligencia, pero no viendo cosas sencillas. Comprendí entonces que la razón por la que uno, siendo inteligente, no es feliz, es que uno no es tan inteligente como cree.

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