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Proyecto Visión 21

La arrogante ignorancia propia no equivale ni significa un error ajeno

Cuando Marco Polo, en el siglo 13, regresó a Venecia luego de 25 años recorriendo China y Mongolia, se lo recibió como héroe por haber logrado algo que pocos en su época habían hecho. Pero cuando Marco Polo publicó un libro sobre su experiencia, fue ridiculizado y hasta despreciado por aquellos que decían que las historias en ese libro habían sido inventadas.

El argumento de los opositores al famoso veneciano era muy simple: contrariamente a lo que Marco Polo contaba, no existían grandes civilizaciones ni civilizaciones avanzadas fuera de Europa. Por lo tanto, los relatos de Marco Polo sobre “las maravillas del mundo” eran considerados como un producto de su imaginación.

En otras palabras, aquellos que nunca habían viajado a China o a Mongolia, aquellos que nunca habían estado donde Marco Polo había estado, aquellos que no habían vivido ninguna de las experiencias que Marco Polo había vivido, estaban seguros de saber que Marco Polo o estaba equivocado o era un mentiroso.

Es más sencillo y más rápido acusar a alguien de error o de malicia que revisar nuestras propias creencias o, mejor dicho, nuestros prejuicios. Los ignorantes ataques contra Marco Polo por parte de aquellos que creían más en sus ideas que en la realidad no son únicos ni algo del pasado. De hecho, ocurren hoy todos los días.

Cuando la ignorancia llega al nivel de arrogancia, el ignorante asume que la otra persona está equivocada, pero, el ignorante, por su propia ignorancia, no puede percibir ni aceptar su propio error, ni quiere hacerlo. Por eso, mientras que en la antigüedad los grandes maestros tenían alumnos, en la actualidad los maestros tienen ignorantes que nunca llegan a la “segunda mitad” de sus vidas.

Recientemente, por ejemplo, alguien me hizo una pregunta sobre un cierto tema al que le he dedicado muchos años de estudio y de lectura. Cuando respondí, la otra persona me dijo que yo estaba equivocado. Como yo no soy perfecto (de hecho, disto mucho de serlo), alguien que corrija mis errores es una gran bendición y así lo expresé.

Pedí, entonces, que se explicase mi error, pero esta persona se limitó a repetir que yo estaba equivocado y que no había necesidad de explicaciones. Era claro que la decisión sobre mi error estaba tomada de antemano. La pregunta inicial no era ninguna pregunta, sino una trampa.

Y no se trataba solamente de que yo fuese un ignorante (aunque mi ignorancia es real, innegable  e ilimitada), sino que, según esta persona, también eran “ignorantes” todos aquellos que de alguna u otra manera, directa o indirecta, o incluso mínima, tenían opiniones similares sobre el tema. Por así decir, alguien que nunca salió de Venecia opinaba sobre China.

Cuando cualquiera que simplemente lee un libro o, peor aún un artículo, o aún peor, no lee nada, sino que sólo escucha algo en la televisión, se cree un experto en el tema, no se está compartiendo conocimientos, sino promoviendo la ignorancia elevada hasta la arrogancia.

Bienvenidos a la sociedad agnotológica.

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