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Proyecto Visión 21

La creciente ansiedad al final de una época

Francisco Miraval

Desde hace décadas se habla de que la humanidad estaría entrando en una nueva época, o una “nueva era”, como lo proclamaban canciones y movimientos en la segunda mitad del siglo pasado (los cuales, me enseñaron, no eran dignos de escuchar porque no estaban basados en las doctrinas correctas).

Sea como fuere, con o sin canciones sobre Acuario, se palpa una creciente ansiedad en muchas personas por lo que se percibe como una serie de cambios impensados que aparentemente llevarían a cambios inimaginables y aún más profundos en el futuro cercano.

La elección de un presidente de color en Estados Unidos y la elección de un Papa sudamericano en el Vaticano, así como las nuevas relaciones entre Estados Unidos y Cuba y los constantes avances y descubrimientos tecno-científicos parecen presagiar el cambio de una época a otra, de un mundo a otro.

Ante esa transición, que algunos consideran fatalísticamente inevitable, crece la ansiedad no sólo de saber qué va a pasar (¿Nos dominará la inteligencia artificial? ¿Llegaremos a ser trans-humanos?), sino también de qué manera nosotros podremos formar parte de ese futuro, si es que queremos hacerlo o si nos dejan hacerlo.

Y no se trata de ninguna especulación disparatada. Las recientes proezas de Space X, la idea de enviar en pocos años una micro-nave espacial a la estrella más cercana, la constante búsqueda de la inmortalidad por parte de Google, los cambios climáticos (cualesquiera que sean sus causas) y la globalización, entre otros muchos elementos, nos ubican en presencia de circunstancias nunca antes enfrentadas por la humanidad.

Y en ese contexto, todo cambia, incluso algunos de los “pilares” de nuestra sociedad, como la religión, el matrimonio, la economía y la educación.

Por ejemplo, numerosos reportes indican que, aunque cada vez hay más personas religiosas en el mundo, eso no significa que esas personas se identifiquen con alguna expresión de fe organizada en particular, sino que buscan expresar su espiritualidad fuera de las congregaciones tradicionales.

En cuanto al matrimonio, mientras que en algunos países de Occidente se posterga tanto como sea posible, si es que eventualmente se concreta, en otros países está desapareciendo o ya desapareció como una institución social básica para ser reemplazado por grupos de amigos.

Incluso el capitalismo tradicional se ve afectado y casi en cada esquina se ven señales de anti-comercialismo: desde carros y bicicletas compartidas hasta granjas urbanas o intercambio de información en línea (a veces, lamentablemente, sin prestar atención ni a la propiedad intelectual ni a cuestiones éticas.)

Y ya nadie quiere pasar cuatro años o más en una universidad para aprender lo mismo que ahora puede aprenderse en línea y en muchos casos gratis o a precio muy reducido y en mucho menos tiempo.

Tantos cambios tan rápidos y tan profundos deberían generar todo tipo de preguntas sobre cuál es la mejor estrategia transicional. Pero si hay algo que la religión, el matrimonio, el capitalismo y la educación tradicionales nos han enseñado es precisamente a no pensar, ni siquiera cuando más deberíamos hacerlo.

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