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Proyecto Visión 21

La descontextualización produce serios malos entendidos

La semana pasada escuché a mi hijo (todavía adolescente) decirle con vehemencia a un amigo que lo estaba visitando: “¡Espero que pronto se te acabe la vida!” Alarmado por el tono y el contenido de la expresión, fui hasta donde estaban los dos jóvenes para ver qué sucedía.

Y lo que sucedía era muy simple: mi hijo y su amigo estaban jugando a un videojuego en el que cada uno tenía su turno. Como su amigo seguía ganando y acumulando “vidas” extras en el juego, mi hijo no encontró una mejor manera que expresar su creciente frustración por medio de una frase que en otro contexto hubiese sido totalmente inaceptable.

Le sugerí a mi hijo que tenga cuidado al decir lo que dice, precisamente porque no todos entienden el contexto en el que algo se dice y porque esa descontextualización puede en el mejor de los casos llevar a largas explicaciones y en el peor de los casos a serios problemas.

Recuerdo la historia, probablemente ficticia, de un padre que fue con su pequeño hijo a un centro comercial y con la intención de mantener al niñito activo, el padre lo desafiaba a jugar una “carrerita” desde la puerta de una tienda hasta la otra, con el padre siempre “ganando.”

Finalmente, el pequeño, frustrado por su constantes “derrotas”, comenzó a llorar y a gritar diciendo: “Papá, por favor, ya no lo hagas más. Me estás haciendo llorar mucho”.

Según la historia, las palabras del niño, tomadas fuera de contexto, fueron entendidas por el público cercano y por los guardias de seguridad como una señal de abuso por parte del padre, quien tuvo que dar una detallada explicación del caso.

La descontextualización hace que recontextualicemos el texto original en nuestro propio marco de referencia, generalmente distorsionando el texto original y mirándolo desde una perspectiva negativa.

Por eso yo supuse que mi hijo estaba diciendo algo inapropiado cuando en realidad él simplemente se refería a un videojuego. Y por eso la gente pensó que un padre estaba abusando de su hijo y no que simplemente padre e hijo estaban jugando a las “carreritas”.

Pero más allá de estos ejemplos triviales, la descontextualización adquiere dimensiones históricas, tanto hacia el pasado como hacia el futuro, cuando ambas dimensiones de nuestra existencia se ven recortadas y manipuladas hasta el punto de hacerlas desaparecer, distorsionando así y por eso mismo todo lo que entendemos. Si no sabemos ni de dónde venimos ni a dónde vamos, ¿qué importa dónde estemos?

La carencia de sentido, tanto puntual como extendido, es algo propio, claro, de nuestra época postmoderna, que tiene una clara identidad de lo que ya no es pero que todavía no sabe qué es ni qué quiere ser. Por eso, el oscuro nubarrón de la desesperación y del sinsentido constantemente flota con su amenaza sobre nuestras cabezas.

Quizá sea hora que una consciencia plenamente histórica, extendida tanto hacia el pasado como hacia el futuro, reemplace a la actual obsolescencia preprogramada y a la falta de mentores transgeneracionales.

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