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Proyecto Visión 21

La patente distorsión de la realidad nos impide resolver nuestros problemas

El fin de semana pasado se realizó una de las tantas ceremonias de entrega de premios para artistas y películas, por lo que un conocido sitio de Internet publicó fotografías de varios de esos artistas con y sin maquillaje y con y sin retoques hechos digitalmente.

La diferencia entre la persona y el personaje, entre el ser humano de carne y hueso y su apariencia “mejorada” por medio de sofisticados y no tan sofisticados programas de computación era notable. En algunos casos, ni siquiera parecían la misma persona.

El artículo incluía ejemplo tras ejemplo de cómo para que las actrices y los actores resulten más atractivos y, por lo tanto más taquilleros, las fotografías que se usan en los afiches de promoción  o en las portadas de los discos digitales poco tienen que ver con la vida real.

En definitiva, los simpatizantes que con gritos reciben a esas “celebridades” al verlas caminar la conocida alfombra roja, son simpatizantes y seguidores de una ilusión a la que, por más que griten, nunca podrán alcanzar, a menos que ellos mismos se transformen en meras ilusiones.

Me pregunto entonces cuántas otras fotografías, imágenes, reportes, informes, historias, noticias, declaraciones e investigaciones también están tan distorsionadas que tampoco llegamos a ver la realidad.

Quizá lo que vemos en las noticias, lo que leemos en los periódicos, los videos que tanto circulan por Internet, las opiniones de los expertos, los análisis de los comentaristas, y las ideas de los comunicadores (entre quienes incluyo desde los políticos hasta los predicadores) estén tan distorsionadas que sólo nos presentan la realidad  “que vende”, pero no las cosas tal como son.

Soy plenamente consciente que los estudiosos de la filosofía y la historia fácilmente detectarán el matiz kantiano y existencialista de mi análisis y hasta lo calificarán (con absoluta justeza) de anticuado en esta época postmoderna en la que la diferencia entre la realidad y la fantasía, la razón y la locura, ya no interesa.

De hecho, al estilo de la película Matrix, mucha gente prefiere vivir en la ilusión, incluso sabiendo que es una ilusión, si eso les permite “vivir en paz” y mantener su “vida normal”. El problema es tan antiguo como Platón y su Alegoría de la Caverna.

Sea como fuere, creo que la ilusión surge del olvidarnos quiénes somos realmente. El sabio Hillel dijo hace más de dos milenios: “Si yo no soy para mí, ¿quién será por mí?”, magistralmente distinguiendo entre el “Yo” (existencia transcendental”) y el “mí” (existencia histórica).

O, como decía Ortega y Gasset, “Yo soy yo y mi circunstancia”, reduplicando el “Yo” para señalar su contextualización en la vida diaria.

Esta doble dimensión del “Yo” no es de una esquizofrenia existencial sino de una realidad esencial de la humanidad, que lamentablemente nuestra época quiere apagar calificando como “ilusión” a todo lo que no puede ni controlar ni vender, y presentando como “realidad” a lo que sólo es fantasía.

Hace mucho tiempo que aprendí que esa inversión es precisamente el origen del mal.

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