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Proyecto Visión 21

Mejor que prometer es realizar

Hace ya varios años mi hija regresó de la escuela con un catálogo de cosas para vender (no recuerdo si eran suscripciones a revistas o papeles para envolver regalos) y poco después, cumpliendo con lo que pidieron en la escuela, salió por el barrio a ofrecer esos productos.

Quizá un par de horas más tarde, mi hija regresó a casa con más de 200 dólares por todas las ventas que ella había hecho. La felicité por su logro y le dije que era difícil hacer lo que ella acababa de hacer. Su respuesta fue una de esas frases que espero recordar toda mi vida: “Yo no sabía que yo no podía”.

La feliz ignorancia de sus propios límites y de la dificultad de la tarea le permitió lograr lo que otros, incluso con más edad o experiencia, quizá hubiesen tenido problemas para lograr, sea en el tiempo que lo hizo mi hija o sea por el monto recaudado.

La frase “Yo no sabía que yo no podía” regresó recientemente a mi mente al conocer a Ramón, un inmigrante hispano que trabaja como obrero de la construcción y evidentemente con poca educación formal.

A pesar de sus innegables limitaciones educativas y financieras, Ramón, trabajando solo y sin el respaldo de ningún grupo u organización, ha transformado la vida de más de 30 familias hispanas en el norte de Colorado.

Todo comenzó, me dijo, cuando cansado de una vida poco ejemplar, decidió asistir a un templo para ver si eso lo ayudaba. Luego de aquella visita, Ramón cambió completamente su vida, dejando de lado ciertos vicios, reconciliándose con su familia y dedicándose a ayudar a otros obreros inmigrantes como él.

Ramón no se unió a ninguna congregación, no buscó que nadie lo contratase o le pagase para ayudar a otros, no llamó a ningún “profesional”, no pidió dinero, no buscó un traductor ni se enroló en ninguna clase o colegio.

Ramón simplemente vio una necesidad y con propio esfuerzo, en su propio tiempo y con sus propios recursos comenzó a ayudar precisamente a aquellos que cada día enfrentan los desafíos y las tentaciones que él mismo enfrentaba y sigue confrontando.

Mientras otros esperan, quiero decir, esperamos, a tener títulos universitarios, permisos oficiales, planes de trabajo y de negocios aprobados, presupuestos, recursos humanos, instalaciones, computadoras y quién sabe cuántas cosas más para comenzar a ayudar, Ramón, sin nada de eso, está transformando la vida de decenas de personas.

Ramón me hace sentir verdadera vergüenza.

Ninguno de los diplomas en la pared de mi oficina, ninguna de mis historias o columnas, ninguno de mis trabajos (ni ninguno de los trabajos de muchas personas con educación y recursos a quienes conozco) han jamás impactado tantas vidas para bien como lo que Ramón ha logrado en pocos meses.

Decía un famoso presidente argentino que “Mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”. Ramón ni dice ni promete. Hace y realiza. Y quizá ignorando sus limitaciones y la enormidad del desafío, transforma vidas diariamente.

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