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Proyecto Visión 21

Momentos ptolemaicos revelan cuánto aún nos falta aceptar a otros

La semana pasada tuve uno de esos “momentos ptolemaicos” cuando erróneamente me creo el centro del universo y asumo que todo el cosmos gira a mi alrededor y, por eso, debe ajustarse a mis deseos.

 

Todo sucedió cuando envié a una cierta publicación la propuesta para una historia sobre un fraude que afectó a miles de inmigrantes. La editora me respondió rápidamente por correo electrónico con una sola palabra: “No”.

 

Herido mi ego ante la negativa, y despertada mi curiosidad por la brevedad de la respuesta, contacté a la editora para averiguar cuál era la razón del rechazo y para saber si había algún problema con la propuesta o con la historia.

 

La editora me explicó que el rechazo no tenía relación ni con la calidad de mi propuesta ni con la originalidad de la historia, sino con el hecho de que ese mismo día ya habían publicado una nota similar.

 

En otras palabras, me dije yo a mí mismo, el problema era que, contrariamente a mi errónea manera de pensar, el mundo no gira a mi alrededor y hay ciertos elementos de mi vida (la mayoría, en realidad) que no puedo controlar.

 

Aunque me precio de mi objetividad y apertura hacia los otros, ese momento ptolemaico, ese experimentar fugazmente pero con intensidad el individualismo extremo, me tomó por sorpresa, y sólo se resquebrajó gracias a una buena colega quien, al enfocarse en mí, me ayudó a completar my propia (y diaria) revolución copernicana.

 

Yo sé que no soy el centro del universo. Más de dos décadas de matrimonio y dos hijos adolescentes así me lo recuerdan. Y, a otro nivel, mis creencias espirituales y mi formación filosófica así lo confirman.

 

Y aunque no propongo un “comunitarianismo” (ese extremo es tan patológico como el hiperindividualismo), reconozco que vivimos en una sociedad crecientemente hiperindividualista, en la que cada persona se atribuye el derecho de ser juez de todos y de no ser juzgado por nadie.

 

La gran contradicción que veo es que en esta sociedad buscamos resolver grandes problemas sociales, incluyendo algunos de alcance global, sobre la base de una actitud hiperindividualista que, por eso mismo, nos hace creer que todo el mundo gira a nuestro alrededor y nos hace ver a los otros como “inferiores”.

 

Cuando esa actitud se extiende a nivel nacional, se convierte en un etnocentrismo feroz, comparable a otros del pasado, pero en este caso peligrosamente alimentado por una estructura tecno-científica que antes no existía.

 

¿Se puede reformar la economía, la salud, la educación o la inmigración, todos temas netamente sociales, sobre la base de un hiperindividualismo que nos enceguece a la dignidad del otro?  ¿Podemos promover el bienestar de todos si insistimos en creer que nosotros somos el centro del universo?

 

Creo que la verdadera pregunta es si quedará algún lugar para nosotros en el nuevo paradigma trans-humano que ya se está intensamente promoviendo. Desde ese punto de vista, la actitud ptolemaica quizá no sea una deficiencia ética sino un mecanismo de autodefensa y de supervivencia.

 

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