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Proyecto Visión 21

¿Cuánto vale realmente una multa por mal estacionamiento?

Francisco Miraval

Recientemente fui a visitar un cierto lugar en Denver al que asisto con frecuencia por razones profesionales y, tras completar un rápido trámite en ese lugar, regresé al estacionamiento y, para mi asombro, me habían puesto una multa por mal estacionamiento (por un valor mayor al habitual) porque supuestamente estacioné en un lugar “prohibido”.

Revisé el lugar donde estaba mi auto y los carteles en el estacionamiento en cuestión y confirmé algo que yo ya sabía: mi carro no estaba mal estacionado. Eso fue hace ya varias semanas y desde entonces llamé varias veces al número de teléfono que aparece en la multa, pero no logré comunicarme con nadie. Finalmente, temiendo que la multa se incrementase, decidí pagarla.

Como es obvio, decidí ya no regresar a ese lugar, debido no sólo a lo injusto de recibir una multa por mal estacionamiento a pesar de estar estacionado en el lugar correcto, sino para la falta de un buen servicio al tratar de comunicarme con alguien para resolver el caso. (Mis intentos por correo electrónico e incluso en persona tampoco fueron fructíferos.)

En otras palabras, la empresa en cuestión recibió el pago de la multa, pero no recibirá los varios cientos de dólares que de otra manera hubiese recibido porque yo ya no pienso ni quiero hacer negocios allí. De allí, la pregunta del título: ¿cuánto vale realmente una multa por mal estacionamiento?

Dicho de otro modo, ¿cuánto estamos dispuestos a perder a largo plazo por ganar un poco a corto plazo? ¿A quién le quitaremos un poco de dinero sólo para perder mucho más dinero que ya no recibiremos por esa acción inicial? ¿Cuál es, entonces, el precio futuro de nuestras acciones presentes?

Como conozco a algunas otras personas que asisten al mismo lugar, hablé con algunas de ellas y me enteré que también ellas habían tenido problemas y habían recibido multas en el mismo estacionamiento. Y, sin que fuese una sorpresa, también ellas habían decidido ya no regresar a ese lugar.

Si esa conducta se repitiese, en poco tiempo el mencionado lugar ya ni siquiera tendrá carros en su estacionamiento para multar y mucho menos clientes con quienes hacer negocios. (No deseo que eso suceda. Muy por el contrario, deseo que alguien se dé cuenta de lo que está sucediendo y que se modifiquen las reglas para ese lugar atraiga a más clientes llegue a ser tan próspero como le fuese posible.)

Pero la situación no deja de ser interesante. En el inmenso afán, muchas veces motivado por la codicia, de generar tanto dinero como sea posible de la manera más fácil y rápida posible, nos enfocamos tanto en el presente y en las recompensas inmediatas que nos olvidamos del futuro. O, en otras palabras, construimos el presente con las ruinas del futuro.

Si nuestro presente socava el futuro y lo único que queda del futuro son sus ruinas, ¿de qué sirve entonces hacer lo que hacemos hoy, por más legal, efectivo y eficiente que parezca ser? Obviamente, de nada.

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