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Proyecto Visión 21

¿Hasta dónde llegará la confianza en la tecnología?

Francisco Miraval

La semana pasada asistí a una reunión de dueños de pequeños negocios para escuchar una charla sobre liderazgo empresarial. La presentadora, alguien con impecables credenciales y décadas de experiencia, confesó antes de comenzar su clase que esa era la primera vez que llegaba a la zona de Denver donde se ofrecía la clase, a pesar de que vive en esa ciudad desde hace muchos años.

Antes de que nadie pudiese hacer preguntas, y quizá viendo la cara de asombro de los presentes, la presentadora explicó que un reciente cambio en su vida le había permitido expandir el alcance geográfico de sus presentaciones. En otras palabras, dijo, ella ahora se animaba a ir a lugares a los que antes no iba, gracias al mencionado cambio.

Tras una brevísima pausa, la presentadora indicó que hacía pocas semanas ella se había comprado un nuevo automóvil y que se vehículo traía incorporado un sistema de ayuda al conductor, por lo que, por primera vez en su vida, ella podía ir sola (sin su esposo o sin su hijo) a lugares a los que antes jamás había ido, porque ahora contaba con tecnología que la guiaba para llegar hasta esos lugares y para luego regresar a su casa o a su oficina.

En otras palabras, esta experta en liderazgo limitó el área de sus presentaciones, como ella misma lo dijo, a las zonas que ella ya conocía o a los lugares a los que un miembro de su familia podía acompañarla, hasta que un día nueva tecnología dentro de su carro la independizó. (Y ahora, agrego yo, ella quedó esclavizada a la nueva tecnología, aunque no lo dijo).

La “confesión” de esta empresaria me hizo recordar algo que mi abuelo alguna vez me enseñó: leer y  memorizar mapas. Antes de la aparición de tecnologías (sea en carros o en teléfonos) que ofrecen ayuda para llegar a un lugar, la única alternativa era conseguir un mapa, estudiarlo y, si no era posible llevarlo, había que memorizarlo. Y mucha gente lo hacía.

Y si no había mapa disponible, había que preguntarle a la gente, confiando que las respuestas incluyesen información suficientemente específica como para encontrar el destino que uno buscaba. Ahora, la confianza en la gente se ha transferido a confianza en la tecnología y el proceso de memorizar mapas (o la información que fuere) se ha vuelto obsoleto.

En otras palabras, si se me permite una interpretación metafórica de la “confesión” de la empresaria, la vida sin la tecnología adecuada es limitada, mientras que, gracias a la tecnología, la vida adquiere dirección, sentido y propósito.

Tuve ganas de hacerle muchas preguntas a la experta en liderazgo, pero obviamente su clase no era ni el momento ni el lugar. Yo hubiese querido preguntarle qué le pasaría si la tecnología que ahora la guiaba no estuviese disponible, o si la llevase al lugar equivocado.

Quizá ella diría que la tecnología siempre estará allí y nunca se equivocará, contrariamente a lo que sucede con antiguos mapas y obsoletas personas.

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