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Proyecto Visión 21

¿Podemos ser intolerantes contra la intolerancia?

Recientemente me encontré con un hombre, a quien hasta ese momento yo no conocía, para hablar de un proyecto de educación para adultos. Aunque creía que la educación era el único tema del encuentro, la conversación comenzó a enfocarse en temas espirituales y específicamente en el “amor de Dios”.

Una y otra vez, el hombre en cuestión me preguntó si yo conocía a Dios e incluso más concretamente al amor de Dios en mi vida. Le dije que con gusto respondería a sus preguntas en otra oportunidad y que por el momento bastaba decir que mi experiencia espiritual había comenzado a una edad temprana y que aún continúa desarrollándose.

Me dijo entonces que mi respuesta (claramente evasiva, lo confieso) revelaba ciertas dudas de mi parte sobre el amor de Dios y entonces, repitiendo un discurso que seguramente repitió muchas veces antes, enumeró ejemplo tras ejemplo de textos bíblicos y de milagros en su vida (algunos de ellos bastante asombrosos) para demostrar(me) la existencia del amor de Dios.

Y para que no quedasen dudas (como si yo las tuviese) sobre la grandeza de ese amor, el buen hombre reiteró que el amor de Dios es tan gran que Dios a ama a todos, incluso a él y a mí. De hecho, dijo, nada nos puede separar de ese amor divino, ya que no hay ninguna circunstancia que nos prive de ese amor.

Pensé que la conversación sobre ese tema ya había terminado, pero no era así ya que casi inmediatamente, y después de proclamar la grandeza y la universalidad del amor de Dios, este hombre dijo, como si fuese un corolario lógico de todo lo que acababa de mencionar, algo así como “Pero obviamente Dios no ama a todos”.

Y antes de que yo pudiese expresar nada, el hombre comenzó a enumerar una larga lista de todos aquellos que, en su opinión, están excluidos del amor de Dios porque pertenecen al partido político equivocado, porque probablemente van a votar por el candidato equivocado, porque se visten de cierta manera, porque hablan cierto idioma, o porque “son distintos de nosotros”.

Todo su discurso sobre el “amor de Dios” era nada más que una excusa y un preámbulo para expresar su intolerancia a todos quienes no fuesen exactamente como él ni compartiesen sus puntos de vistas políticos o religiosos (entre ellos, obviamente yo).

Mi reacción inmediata, visceral, fue mostrar mi intolerancia hacia su intolerancia. ¿Pero podemos realmente ser intolerantes hacia la intolerancia? Porque si lo somos, estaríamos cayendo precisamente en el mismo ejercicio de malabarismo intelectual que mostró este hombre para justificar su propia intolerancia.

Obviamente, tampoco podemos tolerar la intolerancia. ¿Qué podemos hacer, entonces? Podemos revelarla, como dicen Mahzarin Banaji y Anthony Greenwald en su libro Punto Ciego: Prejuicios ocultos en personas buenas (2013).

Banaji y Greenwald explican las varias razones por las que las “buenas personas” no ven sus propios prejuicios, aunque esos prejuicios contradigan sus creencias. Por eso, parecen decir, la respuesta a la intolerancia propia y ajena es desenmascararla. 

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