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Proyecto Visión 21

¿Quién nos hizo creer que indignarse está mal?

El pasado martes 2 de diciembre en Aurora (suburbio al este de Denver) la policía local disparó y mató a un joven de 18 años quien aparentemente había robado una consola de videojuegos y luego se negó a entregarse a las autoridades.

Pocos días después, el sábado 6 de diciembre, la policía en Atenas, Grecia, disparó y mató a un joven de 16 años, quien aparentemente formaba parte de un grupo de pandilleros que estaba arrojando piedras contra los uniformados.

¿Cuál es la diferencia entre la muerte de Brandon J. Winn (un adolescente afroamericano sin antecedentes policiales) en Colorado y la de Alexander Grigoropulos en Grecia?

La gran diferencia es que en Colorado nadie dijo nada y se tomó la muerte del joven como algo “normal”, mientras que en Grecia, a diez días del incidente, continúan las protestas (tanto pacíficas como violentas) y las manifestaciones públicas de indignación.

Me asusta que en nuestra sociedad estemos tan bien dominados, domados y “educados”, que aceptamos como si fuese una verdad absoluta que está mal expresar todo tipo de enojo y de indignación moral por algo que resulta inaceptable y repugnante: la muerte violenta de un joven de color por parte de las autoridades.

Es obvio que no estoy defendiendo ningún tipo de delito ni de actividad ilícita y es obvio que estoy totalmente a favor de que la policía cumpla con su deber.

Pero estar a favor de la ley y en contra de la criminalidad no significa dejar de ver los problemas o las injusticias ni dejar de sentir la indignación por el final violento de una vida joven, por más mal-encaminada que haya estado esa vida.

Winn cometió (según las autoridades) un asalto a mano armada cuando se negó a pagar $170 por la consola de videojuegos que uno de sus conocidos vendía. Y fue un terrible error no acatar las órdenes policiales. Pero no puede ser que nadie ni siquiera derramase una lágrima por él ni se cuestione el accionar policial.

En Grecia, Grigoropulos también cometió un error, el de reunirse con anarquistas y agitadores sociales. Pero el primer ministro de ese país, Costas Caramanlis, aseguró que “el responsable de la muerte del joven pagará por lo sucedido”, agregando que “Haremos todo lo posible para que esta tragedia no vuelva a repetirse”.

En el país “defensor de la democracia”, silencio. En el país donde nació la democracia, indignación. Mientras que aquí no se dice nada, allá se asumen las responsabilidades. En un caso, la historia “ya es vieja”. En otro, la historia y sus consecuencias continúan.

¿Tan oprimidos estamos que ni siquiera podemos expresar en público nuestro enojo e indignación por el fracaso de nuestra sociedad en educar adecuadamente a uno de sus jóvenes y por creer que todo se resuelve con violencia?

¿Tan oprimidos estamos que ni siquiera podemos imaginarnos que las cosas no tienen que ser como son? ¿Realmente nos gusta tener 45.000 menores en las cárceles de Colorado?

Me indigna la falta de indignación.

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