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Proyecto Visión 21

“¡Quiero chocolate y lo quiero ahora!”

Francisco Miraval

“¡Quiero chocolate y lo quiero ahora!”, les dijo la niña a sus padres con tanta claridad y un tono tan autoritario que quienes estábamos cerca de la pequeña y su familia en el supermercado nos miramos unos a otros con una mezcla de asombro y expectativa.

No soy bueno para determinar la edad de las personas, por lo que sólo puedo decir que la niña en cuestión tenía la edad suficiente como para hablar con una pronunciación apropiada y a la vez seguía siendo lo suficientemente pequeña como para sentarse con comodidad dentro del carrito del supermercado.

La niña no tuvo ningún reparo en repetir en rápida sucesión y con creciente volumen su pedido: “¡Quiero chocolate y lo quiero ahora!” Y para que no quedasen dudas, con su mano señalaba el estante donde, entre todos los productos lácteos, estaba la leche chocolatada.

Como si ya estuviesen condicionados durante años para obedecer ciegamente a la pequeña, los padres de la niña inmediatamente se acercaron al estante de la leche chocolatada. La madre abrió la puerta y estaba a punto de tomar un envase de leche chocolatada cuando la niña dijo algo que sinceramente yo no esperada (aunque en retrospectiva debería haberlo hecho).

Justo cuando la madre ya casi tenía la leche chocolatada en su mano, la niña gritó: “¡Ya no quiero chocolate! ¡Ahora quiero golosinas!” Como marionetas manejadas por hilos invisibles pero absolutamente reales, los padres de la pequeña abandonaron la zona de los productos lácteos y se encaminaron al pasillo donde están las golosinas.

Todo el incidente duró no más de un par de minutos y ya no vi ni a la niña ni a sus padres. Solamente Dios sabe cuántas veces se repitió la misma escena (sólo cambiando el elemento pedido) antes y después del “chocolate”.

No estoy ni reprobando la actitud de los padres ni muchos menos condenando la conducta de la niña. Dos minutos en la vida de una familia, aunque significativos, son muy pocos como para emitir cualquier tipo de juicio. Pero me permito especular qué pasaría si todos los niños tuviesen el mismo éxito al controlar a sus padres no solamente durante la niñez sino también.

Si ahora, con unos pocos años de vida, esta niña ya resulta tan exigente con sus pedidos, ¿qué no pedirá dentro de 10 a 15 años y qué no harán sus padres para satisfacer ese pedido?

Pero existe un elemento aún más preocupante, casi aterrador, que puede sumarse a ese escenario: ¿qué pasaría si estos niños súper exigentes fuesen también súper inteligentes? La pregunta no es tan disparatada como parece, ya que en los últimos dos meses dos niñas, Lydia Sebastian y Nicole Barr, ambas de 12 años y residentes en Inglaterra, demostraron ser más inteligentes que Einstein y que Hawking.

¿Qué futuro nos espera con niños súper manipuladores y con un cociente intelectual superior al de los grandes genios de nuestra época? Claramente será un futuro inimaginable para nosotros, pero que ellos (los pequeños genios) ya han imaginado.

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