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Proyecto Visión 21

“Usted es la persona más intelectual que yo conozco”

Francisco Miraval

Aprendí hace mucho tiempo a tomarme con seriedad y respeto las palabras amables que recibo y a agradecerlas sincera y profundamente, pero sin creerlas demasiado. Me fijo más en la intención de quien las pronuncia en el contenido mismo de las palabras. De esa manera, evito formarme una falsa idea de mí mismo basada en lo “bueno” que dicen los otros.

En ese contexto, me llamó la atención la semana pasada un comentario inesperado de un fortuito interlocutor durante un encuentro comunitario quien repentinamente me dijo “Usted es la persona más intelectual que yo conozco”.

Le agradecí la amabilidad de su expresión, aunque no agregué comentario alguno. Después de todo, no tengo en claro a qué definición de “intelectual” se refería ese hombre ni, mucho menos, a cuántas personas ese hombre conoce.

Pero una cosa me quedó en claro: si fuese verdad que yo soy la persona más “intelectual” que él conoce, él conoce a muy poca gente o cree que “intelectualidad” es educación en humanidades.

Sea como fuere, su insistencia en el tema me llevó a pensar, sin expresarlo, en mi deseo de que este buen hombre estuviese totalmente equivocado, ya que es imposible aceptar que en una comunidad como la nuestra, tan diversa y siempre en crecimiento, ya haya personas decenas de veces más “intelectuales” que yo, en todo el sentido de la palabra.

Quizá algunas de esas personas estén enfocadas en sus tareas académicas y no se comunican tan frecuentemente con la comunidad. Quizá otros intelectuales llevan vidas más solitarias o reservadas. Y otros aún quizá prefieran simplemente no parecer tan “intelectuales” cuando están en grupo.

Dicho de otro modo, quizás esos otros intelectuales que mi azaroso interlocutor nunca encontró son tan intelectuales e inteligentes que han aprendido a regular la intensidad de su intelectualidad cuando están en grupos.

Es decir, hacen lo que hacen y lo hacen bien sin llamar la atención sobre ellos mismos, por lo que parece que no son tan intelectuales como realmente lo son. Mientras tanto, otros como yo, intelectualoides con un agudo síndrome del impostor a pesar de los títulos y la experiencia, buscamos compensar nuestra propia inseguridad hablando como “intelectuales” en encuentros comunitarios.

¿O será al revés? Quizá el verdadero intelectual es aquel que reconoce sus límites, sus inseguridades y sus ambigüedades y no necesita ni quiere esconderlos al hablar con otros, sin por eso presumir ni de lo que sabe, ni de lo que estudió, sino manteniendo un diálogo fluido, abierto y libre.

Existe, sin embargo, otra posibilidad. Quizá la frase expresada la semana pasada se refería a algo totalmente distinto, no a estudios formales en humanidades, sino al hecho de que en tiempos de cambios constantes, profundos e impredecibles es bueno y quizá incluso necesario volverse “intelectual”, es decir, dedicarle tiempo a investigar si la vida tiene sentido o no.

Ese diálogo interrogatorio interior (tan olvidado y degradado en esta época) no necesariamente nos hace “intelectuales”, pero nos ayuda a recuperar nuestro sentido de asombro y de humanidad. 

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