Menu

Proyecto Visión 21

Alguien me nombró en un estudio académico y eso me alegró

Desde hace ya varios años estoy suscripto a un sitio de publicaciones académicas y cada vez que se publica un nuevo estudio sobre un tema de mi interés recibo una notificación. Pero la notificación que recibí la semana pasada fue distinta porque no se trataba de un tema, sino de un nombre: el mío.

Según el aviso, una investigadora en América del Sur había escrito o citado a “Francisco Miraval”. Debo confesar que al principio el tema me confundió. Después de todo, ¿quién tendría interés alguno en escribir sobre mí o en citar algo de lo que yo haya dicho?

Pero después reflexioné que vengo compartiendo mis pensamientos desde hace ya muchos años (de hecho, décadas) y que quizá alguien, por motivos desconocidos para mí, encontró en esa acumulación de sinsentido algo que le resultó de interés, quizá porque fortalecía una idea presentada en su monografía o quizá porque contradecía alguna idea.

En otras palabras, no sería la primera vez que, al usarme de ejemplo, alguien me usa como ejemplo de lo que no hay que hacer, o pensar, o decir, o creer. Sea como fuere, alguien había escrito una investigación de nivel académico y mi nombre aparecía en ese documento. Me decidí, entonces, a ver los detalles. 

No me llevó mucho tiempo descubrir que efectivamente las investigaciones se enfocaban en lo que había dicho y hecho “Francisco Miraval”, pero no yo, sino un escribano de ese nombre que vivió en España en el siglo 14. No sé si ese Francisco Miraval es o no mi antepasado, pero no soy yo. 

Descubrí entonces algo más y, creo, algo de mayor importancia: yo había caído en la trampa de dejar que se jugase con mi ego, que se alentase mi vanagloria, que se perpetuase mi autoengaño sobre si presunta importancia. 

En definitiva, vi mi nombre y pensé que se estaba hablando de mí, como si yo fuese el único con ese nombre (que comparto con mi padre y con mi abuelo) o simplemente como si yo fuese único. Y no me gustó ese descubrimiento porque me reveló que, sin importar cuántos años uno le dedica a la filosofía y a la meditación, todo puede perderse en un momento de vanidad. 

Y no es excusa decir que vivimos en una época de exaltación de la vanidad, de los “Me Gusta” exacerbados, del “Despiértenme cuando yo sea una celebridad”. Si no podemos ver ese engaño y esa ilusión, si el simple hecho que alguien use nuestro nombre nos hace creer importantes, entonces estamos condenados a vivir atrapados dentro de la adicción al narcisismo. 

Por eso, aunque no conozco a la autora del estudio sobre “Francisco Miraval”, le agradezco a la distancia y sin que ella sepa de mi agradecimiento porque haber escrito sobre “el otro” Francisco Miraval, el histórico, el tan influyente que 700 años después todavía se habla de él. 

Yo, por mi parte, recibí otra lección sobre cuán cerca está la estupidez de la sabiduría. Tan cerca, que siempre van juntas. 

Go Back

Comment

Blog Search

Blog Archive

Comments

There are currently no blog comments.