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Proyecto Visión 21

¿Cuántas absurdidades podemos tolerar en un solo día?

Recientemente se hizo una actualización en mi computadora y poco después apareció en la pantalla este mensaje: “Tienes una nueva notificación”. Abrí entonces el mensaje y lo leí: “Tu computadora no está configurada para recibir notificaciones”. Y literalmente no supe qué hacer.

Analicemos el tema paso a paso: si mi computadora (por decisión mía) no está configurada para recibir notificaciones, ¿por qué recibo una notificación? ¿Acaso no se puede respetar mi deseo de no recibirlas? 

Y si recibo una notificación, a pesar de que no quiero recibirlas, ¿de qué me sirve que la notificación me diga que mi computadora no está configurada para recibir notificaciones si acabo de recibir una notificación?

No importa qué perspectiva se adopte o lo que se quiera decir, se trata de un absurdo llevado al límite. Pero ese absurdo (una notificación que me informa no que puedo recibir notificaciones) es solamente un síntoma, una muestra, un ejemplo de una inmensa red de absurdidad en la que estamos tan atrapados que hasta lo consideramos como algo normal y real. 

“Así son las cosas”, la gente suele decir. Y luego, como me ha pasado, recibo un mensaje de la compañía de teléfonos diciéndome que el pago mensual no se había realizado y que si yo no pago inmediatamente la increíble suma de cero dólares con cero centavos voy a tener que pagar intereses sobre ese monto. 

Llamé entonces a la compañía y les pregunté cómo podía ser que si me deuda estaba en cero a le vez me decían que el pago estaba atrasado. Y si la deuda es cero, ¿sobre qué me van a cobrar intereses? 

Sin apartarse ni por un momento de su libreto, y sin prestar atención a mi impecable lógica, el representante de la compañía de teléfonos se limitó a decirme que yo debía pagar la suma adeudada, aunque fuese cero. “Eso dicen nuestros registros”, me explicó. 

Ese es el nivel de absurdidad al que hemos llegado y que, lamentablemente, crece incesantemente. Pero es una absurdidad que no tiene ni la sabiduría de los koans del Zen ni el humor de los dichos de Yogi Berra. 

Cuando un koan pregunta “¿Cuál es el sonido del aplauso de una sola mano?” o “Si un árbol cae en el bosque y nadie lo escucha, ¿hace ruido?”, la meta es crear la “gran duda” que lleva, bien entendida, a repensar el pensamiento. 

Y cuando Lawrence Peter "Yogi" Berra (1925-2015) dice “Ya nadie va a ese lugar porque siempre está lleno de gente” o “Se puede observar mucho con sólo mirar”, esos dichos revelan una inusual confluencia de humor y sarcasmo que, aunque absurdos, encierran una verdad. 

Pero nada de eso sucede con las absurdidades de la vida actual, que ni nos invitan a pensar lo impensado al pensar lo que pensamos ni nos ayudan a sentir la verdad envuelta en el sinsentido. Cuando la tecnociencia adquiere una historia propia, separada del ser humano, la absurdidad impera y ni Yogi Berra ni los monjes budistas podrán ayudarnos. 

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