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Proyecto Visión 21

¿Cuánto tiempo podemos asumir cosas y engañarnos sin aceptar la realidad?

Recientemente necesité los servicios de un electricista y, al llamarlo, me dijo que vendría al día siguiente a las 10 de la mañana. Más de media hora después, el hombre me llamó diciendo que durante todo ese tiempo él había estado parado frente a mi casa y que había golpeado la puerta y tocado el timbre, pero que yo no lo había atendido. 

Le dije que él estaba seguramente en la dirección equivocada, pero no me creyó. Salí entonces a ver qué pasaba y vi al electricista a varias casas de distancia, hablando con un vecino que seguramente le dijo que estaba en la casa equivocada. Le hice señas para que viniese a donde yo estaba y el electricista finalmente llegó a mi casa para hacer las reparaciones necesarias. 

Pero antes de empezar me felicitó por ser ruso y me preguntó de qué parte de Rusia era yo. Le dije que no soy ruso ni provengo de Rusia ni hablo ruso. Nuevamente, no me creyó, insistiendo que tanto mi manera de hablar como mis rasgos demostraban que yo era ruso. 

En ese momento, yo ya estaba pensando en pedirle que se fuese porque primero se fue a la casa equivocada y luego no aceptó que yo no era (no soy) ruso. Pero aún faltaba un tema más que, debo decir, me tomó por sorpresa. El electricista me felicitó por haberme jubilado. De hecho, me preguntó qué hacía yo ahora que ya no trabajaba.

Le pregunté por qué me había hecho esa pregunta y me dijo que como era un día de semana a media mañana y yo estaba en la casa, eso significaba que yo ya no trabajaba y que yo me había jubilado. Le expliqué que me presencia en la casa se debía a que el desperfecto eléctrico estaba en la casa y que ni mi trabajo ni mis horarios eran de su interés. 

Luego de ese intercambio, mi paciencia ya comenzaba a flaquear. Y esa paciencia se terminó cuando electricista me dijo que mi nombre estaba mal escrito (como si yo no supiese escribirlo) y hasta me sugirió que yo revisase la documentación de la casa para ver si yo realmente estaba viviendo en la dirección correcta. Entonces sí le pedí que se vaya. 

Al día siguiente vino otro electricista y en cuestión de minutos detectó el problema y en menos de una hora ya lo había resuelto, sin cuestionar mi nacionalidad, etnicidad, domicilio, nombre o situación laboral. 

Pero el primer electricista es un ejemplo notable de la actitud de muchas personas que tanto se aferran en creer que siempre están en lo correcto que no cambian esa creencia ni aunque se les muestre clara evidencia al contrario. Es como aquel hombre que iba conduciendo contramano por una transitada avenida insultando a los otros conductores por no ir en la dirección correcta. 

Aferrarnos a nuestras creencias fácilmente desemboca en autoengaño y, como consecuencia, en desconectarse de la realidad. Y todo comienza cuando nos convencemos que siempre tenemos razón. 

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