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Proyecto Visión 21

A veces, el universo escucha nuestros pensamientos

Recientemente un buen amigo me invitó a almorzar para contarme detalles del progreso en un proyecto de ayuda a la comunidad que él comenzó hace décadas y que sigue creciendo tanto en impacto como en resultados. Pero el lugar que él eligió para el encuentro resultó ser un restaurante bastante concurrido y ruidoso, con pocas posibilidades de conversar con tranquilidad.

Sea como fuere, acepté la invitación, pensando en quizá sería mejor cambiar el lugar de la reunión o, de no ser posible, por lo menos pedir una mesa en algún rincón de manera que el ruido no fuese tan molesto y que, por eso, la conversación fuese más fluida.

Pero mientras yo iba de camino al restaurante, mi amigo me envió un mensaje diciendo él ya estaba allí y que ya había pedido una mesa. Obviamente, ya no había oportunidad ni de cambiar el lugar ni de cambiar la mesa. La conversación, me dije, se vería envuelta por un constante ruido de fondo.

Llegué al restaurante y, para mi asombro, estaba cerrado. Había carteles en la puerta indicando que el restaurante no estaba atendiendo al público. Y estaba todo vacío. Pensé que me había equivocado, pero no: yo estaba en el lugar correcto.

Entré al vestíbulo para evitar el ruido de la calle y llamar así a mi amigo, para preguntarle dónde estaba él. Pero antes de yo pudiese llamarlo, se acercó una de las meseras y me preguntó si yo estaba buscando a alguien. Le dije que sí y me respondió: “Su amigo lo está esperando”.

Y allí estaba él, junto a una mesa en el centro del restaurante, con el restaurante totalmente vacío excepto por nosotros dos y el personal de turno, y con una suave música de fondo que yo no había escuchado en visitas previas a ese mismo lugar.

Mi deseo de poder tener una conversación sin ruido de fondo repentinamente se cumplió, pero el tema me confundió. ¿Cómo hizo mi amigo para tener todo un restaurante a su disposición en una transitada esquina de la ciudad y justo al mediodía?

“No lo hice”, me respondió. ¿Y entonces cómo podía ser que el restaurante estuviese abierto sólo para nosotros dos?

“El universo me escuchó”, afirmó.

Resulta que, por cuestiones de sus actividades, mi amigo había llegado al restaurante casi dos horas antes de nuestro encuentro, luego de que se cancelase una cita previa. Y mientras esperaba la hora de nuestra reunión, le informaron que había un problema en la cocina y que si él quería quedarse podía hacerlo, pero debía hacer su pedido en ese momento.

Como ya nos conocemos bien, mi amigo pidió su almuerzo y el mío (que fueron preparados poco después de que yo llegase) y se dedicó a esperarme mientras hacía llamados y contactos. Mientras tanto, las otras personas se fueron. Y, por su paciencia, nos recompensaron no sólo con el restaurante vacío, sino incluso con deliciosos pastelitos sin costo adicional.

El universo nos escucha. Pero nosotros no siempre escuchamos al universo.

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