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Proyecto Visión 21

Antiguos tratados, modernas técnicas siguen deshumanizándonos

El sábado pasado asistí a una reunión en Denver, convocada por un grupo de dirigentes méxico-americanos, en la que se analizaron las consecuencias actuales del Tratado de Guadalupe-Hidalgo, firmado en 1848 entre México y Estados Unidos para poner fin a la guerra entre los dos países.

Debido a ese acuerdo, escrito e impuesto por Estados Unidos, México perdió 55 por ciento de su territorio y miles de ciudadanos mexicanos repentinamente se encontraron viviendo bajo otro gobierno.

En su presentación, uno de los oradores indicó que el Artículo X del tratado había sido anulado por el Senado estadounidense poco después de la firma del acuerdo.

El Artículo X garantizaba que se respetarían las tierras y las propiedades de las personas de origen mexicano y español que tras la guerra seguían viviendo en el mismo territorio, ahora bajo control estadounidense. No solamente no se respetaron las propiedades, sino que tampoco se respetaron ni la cultura ni el idioma de esas personas.

Otros dos artículos, VIII y IX, fueron tan modificados que se impidió que los mexicanos pudiesen recibir la ciudadanía estadounidense, a pesar de que ahora vivían dentro de ese territorio.

Los organizadores del evento destacaron que la actual actitud de los legisladores de Estados Unidos hacia los inmigrantes latinos es muy similar a la que sus predecesores mostraron hace más de un siglo y medio, debido a que existe una “conexión histórica” entre ambas.

Sea como fuere, ese tratado privó a un inmenso grupo de personas de conocer su pasado, sus tradiciones, sus ancestros, y hasta su propia tierra. Y antes de que alguno se equivoque sobre el propósito de esta columna, permítaseme enfatizar que no estoy proponiendo ni hacer retroceder el reloj de la historia ni olvidarse de las fronteras y de los desafíos del presente.

Lo que propongo es pensar en este proceso de desafortunado desculturización de un grupo de personas. ¿Hay algo peor que perder la identidad propia y no saber en realidad quién es uno mismo, al punto de llegar a “odiarse” a uno mismo? La respuesta es sí, hay algo peor, y es el hecho de ni siquiera saber cómo ser un ser humano.

La afirmación puede ser exagerada, pero eso es exactamente lo que propone, quizá sin saberlo, una conocida y respetada organización de Colorado dedicada a la educación de niños preescolares.

En su carta noticiosa más reciente, esta organización sugiere que los padres deben pasar todo el tiempo que sea posible enseñándoles principios científicos a sus hijos pequeños, por ejemplo, al comer, al ir de compras, al jugar o incluso cuando los niños estén en la bañera.

Una cosa es que no nos dejen hablar nuestro idioma o recordar nuestra cultura. Pero otra cosa muy diferente es que la única tradición que se nos pida que les enseñemos a nuestros hijos sea la ciencia.

¿Cuál de las dos opciones es más deshumanizante, la de perder la identidad cultural o la perder la identidad humana? ¿Y por qué hay que aceptar una o la otra?

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