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Proyecto Visión 21

El narcisismo amargado distorsiona el presente y detiene el futuro

El conocido mito de Narciso, contado, entre otros, por Ovidio en su Metamorfosis, dice que Narciso, al verse reflejado en el agua de un estanque, prefirió morirse de sed antes de perturbar el agua, es decir, antes de perturbar su propia imagen. Como todo mito, el de Narciso revela verdades psicológicas aún vigentes.

De hecho, podemos decir que muchos de nosotros, como Narciso, no vemos la realidad, sino sólo nuestra propia imagen proyectada en la realidad y tanto nos aferramos a esa imagen que no queremos que se distorsione ni que la realidad interfiera con esa imagen. Por eso, comenzamos a jugar todo tipo de juegos mentales para mantener nuestra imagen intacta.

En la conocida obra de Charles Dickens Un cuento de Navidad (1843), cuando el personaje principal, Scrooge, está a punto de recibir la visita del segundo fantasma, Scrooge se niega a aceptar que la hora de ese encuentro se acerca y, a pesar de ver las tinieblas a su alrededor, asume que todavía es el mediodía, no la medianoche, pero que algo le pasó al sol.

Así hacemos nosotros: inventamos historias que se ajusten a nuestra realidad y luego, sin importar cuán fantásticas sean esas historias, las creemos y las aceptamos como las mejores explicaciones de lo que está sucediendo.

En el caso de Scrooge, fue creer que el sol había dejado de brillar. Pero se lo puede perdonar porque, después de todo, es sólo un personaje de ficción. Pero el llamado síndrome de Scrooge, o narcisismo amargado, es real y quizá afecte hoy a un porcentaje mayor de personas del que afectaba a mediados del siglo 19.

Por ejemplo, recientemente y fuera de horario normal de recibir llamados, recibí el llamado de una madre que casi en desesperación me pidió que yo hablase lo antes posible con su hijo adolescente porque el hijo le estaba causando problemas.

Una corta conversación con la madre permitió descubrir que los “problemas” de su hijo consistían en que el muchacho quería ir a estudiar a una universidad fuera del estado y había elegido una carrera que ella consideraba que no era la mejor para su hijo.

Para ella, el hijo estaba equivocado. En realidad, el hijo, con sus decisiones propias, le había agitado las aguas del estanque (ser madre controladora) en el que ella veía la imagen de ella misma la que se aferraba.

Y luego está el caso de alguien de, al enterarse de un descubrimiento sobre cómo el cerebro procesa el dolor según las expectativas que alguien tenga sobre el dolor, se limitó a decir “Eso ya lo decía mi abuela”, una respuesta que recibo con frecuencia de aquellos que usan a la “abuela” (o lo que sea) como “escudo” para que no se distorsione su realidad.

Pero aferrarse a esa imagen tiene su precio, el de cerrarse al futuro. Como bien decía Scrooge: “Fantasma del futuro: te temo más que a cualquier otro espectro”. Y con razón, porque se puede ser un narcisista amargado y proyectarse al futuro.

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