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Proyecto Visión 21

El problema no eran las preguntas, sino el preguntador

Francisco Miraval

Durante mucho tiempo me dediqué a investigar y tratar de entender la diferencia entre realidad y fantasía hasta que un día me di cuenta que se trataba de una búsqueda inútil, ya que en realidad todo es fantasía (maya, en el contexto hinduista) y esa fantasía, a pesar de ser sólo un sueño, aparece como algo muy real ante nosotros, porque, como decía Calderón, toda la vida es sueño.

Tomar consciencia de la futilidad de mi búsqueda me llevó eventualmente a tomar consciencia de que en otras áreas de mi recorrido intelectual yo también buscaba cuál de las dos opciones posibles elegiría: este partido político o el otro, este sistema económico o el otro, este tipo de doctrina religiosa o la otra.

Comprendí entonces que esas disyuntivas nacen de la temprana infancia cuando a uno le preguntaban, por ejemplo, “¿A quién quieres más, a tu papá o a tu mamá?” También preguntaban “¿Qué vas a ser cuando seas grande, bombero o astronauta?” Y no nos olvidemos de las infaltables preguntas sobre futbol: “¿Cuál es tu equipo, Boca o River?” (o los dos equipos rivales que fuesen).

Cuando uno es niño, uno no puede debatir la propiedad de forzar a un niño a tener que dividir el amor por sus padres o la impropiedad de pedirle que se decida a esa temprana edad sobre cuál va a ser su futura profesión. Además, las opciones se presentan como si amar a alguien significase amar menos a otra persona, como si hubiese una cantidad máxima de amor que uno debe dividir en distintos porcentajes.

Aún peor, el número total de alternativas se reduce a sólo dos (bombero o astronauta), como si no hubiese otras opciones. Y, para completar el problema, la disyuntiva se presenta como una enemistad entre las opciones: si uno es simpatizante de este equipo, ya no puede serlo del otro.

Ya de grande, las disyuntivas siguieron siendo solamente dos y siguieron siendo mutuamente exclusivas, pero cada vez más complicadas y con consecuencias reales al optar por una o por la otra. Las opciones ahora eran protestante o católico, capitalismo o comunismo, republicano o demócrata (o sus equivalentes), matrimonio tradicional o matrimonio igualitario, educación pública o privada, y tantos otros ejemplos, siempre en parejas enemistadas.

Tiempo después (pero no hace tanto) comprendí que el problema no radicaba en las preguntas que yo me estaba haciendo ni en la falta de conocimientos de los argumentos a favor o en contra de cada una de las opciones presentadas. El problema era yo, o, para ser más específico, mi mente dual que todo lo veía en blanco o negro, luz o tinieblas, amigo o enemigo, verdadero o falso, eterno o temporal.

Eventualmente entendí que esa mente dual tiene claras raíces históricas alineadas con una cierta forma de ver al mundo que no es ni la única, ni la más reciente ni la más aceptada. Y, como dice Richard Rohr, es una mente inmadura, lejos de la mente multidimensional del futuro propuesta por Howard Gardner.

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