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Proyecto Visión 21

El taco indio y el mooshu burrito reflejan una nueva diversidad

 

El primer fin de semana de septiembre, como una manera de despedir la temporada de verano y para celebrar el Día del Trabajo (Labor Day, en inglés), en el centro de Denver se realiza el festival conocido como Sabor de Colorado, en el que los principales restaurantes de la región presentan sus mejores platos. Y allí me encontré con el taco indio.

Este plato consiste en un pan circular y plano que se fríe el estilo de los nativos y en el cual se incorporan ingredientes que se encuentran comúnmente dentro de los tacos mexicanos, como tomates, cebollas, chiles verdes, salsa y queso.

Debo confesar que aunque aparentemente el taco indio se sirve en Estados Unidos desde hace mucho tiempo y que aunque existen campeonatos nacionales de esta especialidad, sólo ahora me entero de la existencia de este plato que combina el pan frito indígena con un relleno mexicano.

La combinación no me sorprende, ya que nativos y mexicanos convivieron durante siglos en el suroeste de Estados Unidos, con largos años de pacífico intercambios y algunos momentos de inevitables conflictos.

Otro platillo que lamentablemente no se ofreció en el Sabor de Colorado, pero que también combina comida mexicana con comida de otra cultura, es el mooshoo burrito, en el que los panqueques chinos (mooshoo) sirven de envoltorio para el relleno del burrito mexicano tradicional. (El educador, autor y pastor Stan Perea habla de este tema en su libro The New America: The America of the Mooshoo Burrito.)

Aunque nunca escuché hablar del taco como un “pan frito mexicano” ni del burrito como un “mooshoo mexicano”, lo cierto es que esta combinación de comidas revela que existe una interacción cultural y social que crea un mercado en el que estas comidas mixtas son posibles.

Esta mezcla de comidas no nos debe sorprender, ya que la herencia culinaria de América Latina incluye la fusión de elementos nativos con las tradiciones europeas. Pero en este caso lo que vemos es la combinación del pan de una cultura con el relleno de otra cultura, revelando un notable proceso de integración social intercultural.

Si alguien puede compartir el pan con otra persona, aunque no se tenga nada en común con esa otra persona sino sólo el hecho de compartir el pan (y quizá la salsa), entonces también se compartirá mucho más, desde una efímera transacción comercial hasta una duradera amistad.

Ese tipo de integración social ya no puede explicarse con las metáforas tradicionales de “crisol de razas” o “ensalada de verduras” que antes se usaban para describir cómo los inmigrantes se “asimilaban” a la cultura dominante del país. Y esas metáforas ya no sirven porque la nueva integración “inter-minoritaria” excluye (por razones que aquí no analizaremos) a la cultura dominante.

Si podemos compartir el pan, podemos a la vez y por eso mismo también compartir mucho más, porque el compartir el pan, en un auténtico sentido existencial y hasta espiritual, nos obliga a ver al otro como a un hermano, sin importar cuán distinto sea.

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