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Proyecto Visión 21

Los zombis hambrientos no se repelen con chocolate

Francisco Miraval

Un comercial de televisión que recientemente comenzó a difundirse muestra la llegada de un zombi a una oficina. Con extrañeza, pero con calma, dos empleados ven avanzar al zombi hasta ellos y, cuando ya está cerca, le ofrecen una barra de chocolate. Tras comerla, el “zombi” se transforma en una persona normal.

El mensaje es claro: cuando uno tiene hambre, uno deja de ser el que es y de alguna manera uno se transforma en un zombi, hasta que alguna mano amiga y piadosa comparte algo de comida, aunque sea una pequeña barra de chocolate.

Debo confesar que me preocupa que se deshumanice a quienes padecen de hambre y que se trivialice el tema del hambre y de la inseguridad alimenticia. Pero también debo confesar que me alegra que de alguna manera, aunque sea comercializada, se enseñe que la respuesta a la llegada del hambriento es compartir la comida que tengamos a nuestro alcance.

El hambre es un problema real, aunque difícilmente se tome consciencia de sus verdaderas dimensiones. He leído estadísticas que afirman que cada día mueren de 20.000 a 30.000 niños en el mundo debido al hambre.

Esas muertes fácilmente podrían evitarse, si no fuese por las innumerables barreras y por los errores cometidos incluso por aquellos que con toda buena intención quieren ayudar.

En Colorado (donde vivo), unas 900.000 personas, o poco menos del 20 por ciento de la población estatal, padecen de hambre o de inseguridad alimenticia, es decir, no tienen suficiente para comer, lo que ingieren no es nutritivo, o no saben dónde o cuándo recibirán la próxima comida.

Sin embargo, cuando hace algunos meses la organización Colorado Sin Hambre realizó una encuesta entre quienes no padecen hambre, sólo el 3 por ciento de los encuestados afirmó que este flagelo social es una realidad en nuestras comunidades.

Parte del problema es que todavía vemos a los hambrientos como subhumanos, como zombis, como monstruos dispuestos a todo para conseguir comida. De hecho, de una manera muy real, el hambre nos deshumaniza, porque es una necesidad tan básica que no poder satisfacerla nos afecta tanto física como emocionalmente.

Los niños que van hambrientos a la escuela no pueden aprender. Los adultos que van con hambre al trabajo no pueden trabajar. Los estudiantes que llegan sin comer a la universidad no pueden ni concentrarse ni pensar. En ese sentido, son como el zombi del comercial, sólo pensando en comida.

Pero hay otro nivel de deshumanización, el de aquellos que tienen más comida de la que necesitan y que no necesariamente la comparten. Me pregunto quién es más “monstruoso”, si el que padece de hambre o el que no comparte la comida.

Debemos ser realistas y entender que el hambre no se soluciona con una pequeña barra de chocolate. Y no debemos confundir el hambre con el deseo de consumir algo a la media tarde. Pero también debemos entender que, como el comercial lo

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