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Proyecto Visión 21

Me gustaría celebrar también la libertad de mi mente y de mi alma

Francisco Miraval

Durante este mes, varios países celebrarán sus fechas patrias, incluyendo Canadá (el 1 de julio), Estados Unidos (el 4), Argentina (el 9) y Francia (el 14). Y luego, en distintos momentos durante el resto del año, los otros países también tendrán su fiesta del Día de la Independencia. Pero, a nivel personal, ¿dónde quedaron la independencia y la libertad de mi mente y de mi alma?

Con frecuencia me encuentro con personas quienes, tras leer estas columnas o escucharme en alguna presentación, me dicen algo así como “De esas cosas no se habla”, sin importar, claro está, cuáles sean “esas cosas”.

¿De qué, entonces, se puede hablar? “Sólo de lo que concuerda con lo que me enseñó mi abuela”, me respondió un hombre, a quien estuve tentado de preguntarle para qué entonces se había inscripto en una presentación sobre el impacto de los constantes cambios sociales y demográficos.

Mi abuela, dicho sea de paso, me enseñó muchas cosas y muy buenas que aún atesoro y que comparto con mis hijos en cada ocasión que puedo. Pero jamás indicó que mi libertad de expresión se redujese a lo que ella me había enseñado (como si fuese posible aplicar tal reducción a situaciones vividas en un país distinto, en un siglo distinto y en contexto sociocultural y tecnológico distinto a aquellos en los que vivió mi abuela).

Pero no se trata sólo de perder nuestra libertad mental, emocional, psicológica e intelectual al quedar atrapados dentro de las tradiciones que nos forjaron (sin desmerecer en absoluto el gran valor que esas tradiciones tienen para nosotros). La independencia de nuestra mente y de nuestra alma también se ve limitada por otros factores.

Por ejemplo, hace algunos años, en el primer día de clases del ciclo lectivo en una cierta universidad, una estudiante latina sentada en primera fila comenzó a reírse sin poder contenerse inmediatamente después de que yo escribiese mi nombre en el pizarrón. No era una risa irrespetuosa, sino nerviosa.

Cuando finalmente logró calmarse, me explicó que, durante todos sus estudios previos, desde el jardín de infantes, la escuela primaria, la escuela secundaria, y sus dos primeros años en la universidad, ella nunca había tenido un profesor latino. “Yo pensé que sólo los blancos podían enseñar”, confesó.

Dicho de otro modo, las tradiciones del pasado y las circunstancias del presente limitan o eliminan nuestra libertad intelectual y espiritual, al punto que prácticamente lo único que podemos hacer es publicar algo en las redes sociales siempre y cuando sea inofensivo, como una selfie (autofoto) divertida, un atardecer, o un gatito con una frase inspiradora.

Pero ni el pasado ni el presente son en realidad las mayores cadenas para nuestra libertad interior, ya que en definitiva somos nosotros mismos, cada uno de nosotros, que consciente o inconscientemente renunciamos a la independencia de nuestra mente y nuestra alma al no reconocer a aquellos que quieren influenciarnos o controlarnos.

¿En qué consiste entonces la verdadera libertad mental y espiritual? Esa pregunta excede los límites de esta columna.

 

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