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Proyecto Visión 21

Saturno me llama (o eso parece)

Francisco Miraval

Recientemente yo estaba conversando con una persona cuando repentinamente, y sin conexión con el tema de la conversación, esa persona me dijo: “Saturno te está llamando”.

“¿Saturno?”, le dije. “Yo pensé que era Júpiter. ¿Y cuánto pagan en llamados de larga distancia para llamarme desde allí?”

Mi intento de hacer una broma fue recibido con una firme mirada que dejó en claro que no era el momento para tomar las cosas con hilaridad, sino con toda seriedad.

“Saturno te llama. No me preguntes quién es, porque tú ya lo conoces”, insistió mi intrigante interlocutor.

Poco después intercambiamos saludos y nos despedimos, pero el tema del “llamado de Saturno” siguió al frente de mis pensamientos. Saturno, claro está, no es una referencia al planeta (aunque también allí existe una conexión), sino el antiguo dios de la mitología romana, el mismo dios que los antiguos griegos llamaban Cronos, es decir, tiempo.

Según la mitología, Cronos (hijo de Urano y padre de Zeus) tenía el desagradable hábito de comerse a sus propios hijos, una extraña suerte de la que Zeus escapó y a la que Zeus eventualmente puso fin. (El famoso cuadro de Goya “Saturno comiendo a su hijo” representa al extremo esta antigua historia.)

Más allá de la mitología, queda claro que cronos (el tiempo) nos va devorando, carcomiendo día tras día, momento tras momento. Después de todo, somos seres temporales y, como tales, cuanto más tiempo pasa, menos tiempo nos queda, por así decir.

Durante la juventud, cuando el tiempo por delante parece ilimitado, pocas veces pensamos en el “llamado de Saturno”, es decir, en tomar consciencia de nuestra propia temporalidad. Pero luego, ya en la mitad de la vida o aún allá, Saturno deja de ser un pintoresco (y repugnante) gigante de la mitología para ser una importante realidad.

“El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”, dicen las dos primeras líneas de “Años”, la canción de Pablo Milanés. Saturno (Cronos, tiempo) no perdona. Sus efectos son inexorables. Pero a la vez, como bien dice Milanés, nos hace reflexionar: “En cada conversación… se impone siempre un pedazo de razón”.  

Y esas nuevas conversaciones (que representan en realidad todo tipo de relaciones y contactos con otras personas) representan una extraña mezcla de la consciencia temporal y de un nuevo nivel de racionalidad, ambos altamente agudizados.

En ese contexto, uno entonces comienza a entender que el acortamiento del futuro debe interpretarse como una invitación (un “llamado”, decía mi interlocutor) a no tener miedo de cambiar la rutina, a reinventarse constantemente, a animarse a lograr lo que uno siempre quiso lograr.

“Saturno” entonces nos llama a llegar a ser nosotros mismos lo antes posible, independientemente de lo que el tiempo haga.  Pero “de tanto querer ser en todo el primero”, “me olvidé de vivir”, como dice Alejandro Fernández en su canción con ese nombre,

Parafraseando a Milanés, el “llamado de Saturno” es una convocatoria a reconocer que se necesitan “corazones viejos” para “construir una tremenda armonía… en cada conversación, cada beso, cada abrazo.”

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