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Proyecto Visión 21

Una joven generación preocupada por asteroides y su identidad

Recientemente, para escapar del calor de la ciudad, fuimos con mi familia a un parque en las montañas de Colorado. Allí, un grupo de niñas pequeñas jugaba y brincaba. Pero lo que dijo una de esas niñas me llamó poderosamente la atención.

Según parece, el juego consistía en ir saltando en un solo pie y con cada salto cada una de las cuatro o cinco niñas del grupo decía una de las letras de su nombre. Cuando las letras se acababan, la niña en cuestión dejaba de saltar y decía su nombre en voz alta. O por lo menos esa era la intención.

Sea como fuere, cuando el grupo pasó cerca de donde yo estaba, una de las niñas dejó de saltar y estaba a punto de decir su nombre en voz alta cuando otra niña le dijo: “Ya te dije que no digas tu nombre. Alguien te puede escuchar y robar tu identidad”.

Las niñas siguieron saltando y prontamente se alejaron de donde yo estaba, pero me dejaron pensando sobre qué clase de sociedad estamos construyendo cuando ni siquiera los más pequeños pueden jugar inocentemente debido al miedo de convertirse en víctimas de un crimen, en este caso, robo de identidad.

¿No tendrían estas niñas que estar preocupándose de ser niñas en vez de preocuparse de robos de identidad? Es verdad que en otras partes del mundo los niños y niñas de esta misma edad (menores de 10 años) tienen otras preocupaciones mucho más grandes, como las de comer y sobrevivir. De hecho, cada día mueren 30.000 niños de hambre en el mundo.

Es verdad, entonces, que deberíamos expresar nuestra solidaridad de una manera práctica con aquellos niños de todo el mundo que necesitan una mano amiga para alimentarse y vivir.

Pero al hacerlo, no deberíamos olvidarnos de ser solidarios con los niños en nuestro propio país que pierden su infancia no por ser destituidos de sus necesidades esenciales, sino por ser privados de su inocencia por miedo a las acciones, reales o percibidas, de los criminales.

El juego infantil es uno de los elementos básicos de la socialización de los niños. Si esa interacción pierde su elemento lúdico y se contamina con elementos provenientes de una problemática social que debería ser resuelta a otro nivel, entonces el juego pierde ese poder socializador, con todas las consecuencias que eso significa.

Días más tarde, escuché sin querer la conversación de mi hijo adolescente con sus amigos sobre si un asteroide impactará o no la tierra en los próximos años. La conversación giró en torno a la futilidad de pensar en el futuro y en una carrera universitaria si es verdad que una roca cósmica próximamente chocará contra nuestro planeta, poniendo fin a la humanidad o por lo menos causando severos daños.

Uno y otro ejemplo revelan la inseguridad física y existencial en la que viven nuestros niños y jóvenes, que sienten que ya no pueden expresarse libremente, ni siquiera entre amigos, y que construir un futuro se ha vuelto irrelevante.

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