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Proyecto Visión 21

Extendamos las alas y volemos tan alto y tan lejos como nos sea posible

Recientemente leí un reporte científico sobre una pequeña ave, de sólo cinco meses de edad, que voló sin parar desde Alaska hasta Tasmania (al sur de Australia), una distancia de unos 13.000 kilómetros que el ave recorrió en unos 13 días. Según los científicos, se trata de la distancia más larga jamás registrada recorrida por un ave en un solo vuelo.

Más allá de la distancia establecida, me llamó la atención que, por su edad, este fue el primer vuelo de la joven ave. Obviamente, esta ave no tenía muchas opciones: o salía volando para evitar el crudo invierno de Alaska (con el riesgo de morir en el intento), o se quedaba en Alaska donde enfrentaría una muerte segura. Así que, con sólo cinco meses, se decidió a volar. 

El reporte me hizo pensar que a los cinco meses de vida los humanos a duras penas podemos balbucear o gatear, sin posibilidad alguna de cruzar un océano entero y viajar de un hemisferio a otro aunque eso salvase nuestras vidas.

De hecho, tampoco lo podríamos hacer a los cinco años de vida, ni probablemente a los 50 años, una edad que para muchos profundiza el deseo de costosos y vistosos carros (mejor si son rojos, veloces y con techo corredizo) junto a costosos y vistosos acompañantes.

Podríamos decir, metafóricamente, que a los humanos nos cuesta volar. Y tanto nos cuesta que quizá por eso mismo no dejamos que otros vuelen (en las alas de su imaginación, o sus deseos, o su inteligencia) ni a los cinco meses, ni a los cinco años, ni a los 50 años. Y para asegurarnos de que no vuelen los encerramos en jaulas invisibles, llamadas “educación” o “cultura” o “religión”. 

Por eso, cuando soplan los vientos de cambio (es decir, cuando llega el momento indicado para emprender el vuelo), muchas personas prefieren aferrarse a un invierno insoportable e inevitable que volar tan alto y tan lejos como puedan para llegar a un destino (en todo el sentido de la palabra) que ellos mismos han soñado y construido.

Tantas veces escuchamos de niños frases como “Eso no se hace”, “Eso no se puede”, “Eso está prohibido”, “Eso no se dice”, o “Eso no se pregunta” que, ya adultos, no hacemos nada, no podemos nada, no desafiamos nada, no decimos nada y no preguntamos nada. Aún peor, nos repetimos esas frases nosotros a nosotros mismos. Nos cortamos nuestras propias alas. 

Nos han “entrenado” a vivir con el corazón, la mente, el instinto y el cuerpo en desarmonía el uno con el otro. Por eso, sentimos una cosa, pensamos otra y luego hacemos algo totalmente distinto. Mientras tanto, nunca desplegamos las alas y nunca buscamos nuevos horizontes, para deleite de todos aquellos seudo “coaches” que llenan sus bolsillos pretendiendo “ayudar”. 

Nacimos y existimos para ser mensajeros (“ángeles” es la palabra en griego) de un universo maravilloso y nos pasamos la vida encerrados dentro de nuestras propias ficciones y con las alas atrofiadas. Despleguemos las alas y volemos alto. 

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