Menu

Proyecto Visión 21

AUDIO

NOTA: Estos comentarios reflejan nuestros pensamientos y reflexiones sobre un cierto tema en el momento en que fueron escritos. Los comentarios no son nunca la versión final de lo que pensamos y pueden o no guiar nuestras acciones en nuestro trabajo profesional. 

COMENTARIOS SEMANALES

El apego adictivo al presente nos desconecta del pasado y nos atemoriza del futuro

Durante las últimas pocas décadas se ha popularizado casi hasta el cansancio la idea de “ahora” como el único punto de referencia de nuestra vida, una idea que, aunque atractiva, con demasiada frecuencia se devalúa y distorsiona de tal manera que se presenta como desconectarse de un pasado que ya pasó y no preocuparse por un futuro que aún no llega.

Sin embargo, esa interpretación de “ahora” como un efímero momento de total despreocupación e incluso de irresponsabilidad no tiene en cuenta que ni el pasado ya pasó ni el futuro no llegó, ni, mucho menos, tiene en cuenta que el “ahora” en el que se debe estar presente es un “ahora” extendido que conscientemente incluye tanto el pasado como el futuro.

Como dice el filósofo Tim Freke, el pasado no pasa, sino que se “apila” y, por eso, cada nuevo elemento (cada experiencia, cada pensamiento, cada recuerdo) que se suma a ese conglomerado del pasado cambia todo el pasado. Después de todo, solamente podemos acceder al pasado desde el presente y, como consecuencia, el pasado cambia constantemente.

Y como enseña el Dr. Otto Scharmer del MIT, el futuro no llega, sino que emerge. En cierta forma, el futuro siempre ya está ahí como una realidad adyacente potencial a la que solamente tenemos acceso cuando expandimos nuestra consciencia para incluirla. Dicho de otro modo, el futuro no es un evento cronológico (el “mañana”), sino una consciencia expandida.

Por eso, la idea de estar totalmente presente en el presente (a veces conocida como consciencia plena), lejos de ser un llamado a una vida despreocupada por las acciones o circunstancias anteriores o posteriores, es, de hecho, una convocatoria a llegar a tal nivel de presencia que incluye sinópticamente percepciones mutuamente interconectadas del pasado, el presente y el futuro.

Esto no es algo que se aprende mirando videítos ni, mucho menos, por medio de meras palabras. Como dijimos antes, es una convocatoria, un llamado en conjunto (literalmente) a una experiencia. Nadie aprende a nadar mirando videos de natación. Nadie entiende qué es el amor leyendo la definición en el diccionario.

En esta época de cambios constantes, profundos, inconsultos, inesperados e irreversibles que anticipan la llegada de una nueva etapa en la historia de la humanidad, encerrarse en un efímero “ahora” (representado en el salto de un mensaje a otro en las redes sociales) es un irresponsable mecanismo de defensa ante la responsabilidad que se requiere para cocrear el nuevo futuro y, por lo tanto, para transformar el pasado.

Estar presente en el presente no significa, como comúnmente se cree, someterse a la banalidad, la superficialidad y la trivialidad. Por el contrario, estar presente en el presente significa, paradójicamente, distanciarse de ese presente para poder verlo y entenderlo tanto desde el pasado como desde el futuro, es decir, desde una amplia perspectiva que permita examinar y desafiar los supuestos y las estructuras subyacentes que le dan forma al presente.

Estar comprometidos con el presente requiere una distancia filosófica y existencial para comprenderlo y transformarlo.

El hecho que tú no entiendas lo que yo hago no significa que yo lo haga mal

Recientemente una cierta organización me pidió ayuda para un proyecto comunitario que consistía en obtener un cierto número de entrevistas con un grupo sin contacto previo con esa organización. Implementé mi estrategia y en pocas horas sobrepasé el número mínimo de entrevistas que me habían pedido. Allí comenzaron los problemas.

La conclusión a la que llegaron los dirigentes que me contrataron es que yo había hecho trampa o cometido algún tipo de fraude o engaño porque, como me dijeron, “no había manera” de lograr el resultado que yo había logrado ya que ellos mismos lo habían intentado y no habían obtenido ni una sola respuesta.

Obviamente, no les interesó escuchar de mis décadas de experiencia en temas comunitarios, de mi formación en humanidades, incluyendo educación e idiomas, y de mi trabajo en proyectos de alcance comunitario en varios países. Lo único que les interesó era que si ellos no podían hacerlo y yo sí, entonces yo estaba haciendo algo mal.

Otro ejemplo. Alguien me llamó y me dijo, por recomendación de otra persona, necesitaba mis servicios para una traducción urgente. Como se trataba de un documento corto, completé la traducción y se la envié. Una semana después, la misma persona me llamó para ver cuándo le enviaría el texto. Le dije que se lo había enviado hacía ya una semana y se lo reenvié.

Pasaron varios días y recibí un nuevo llamado, esta vez para indicarme que no me pagarían porque al retraducir del español al inglés usando un traductor automático (esa persona no habla español) el resultado no coincidía con el texto que ellos me habían enviado. No hubo forma de explicar que traducir no es reemplazar palabras de un idioma por palabras de otro idioma.

Estos son ejemplos de personas que, por su arrogancia y su falta de humildad intelectual, creen que si ellos no saben algo o no pueden hacer algo, nadie puede hacerlo o, si alguien lo hace, la otra persona está haciendo trampa o realmente no sabe lo que hace. La ignorancia arrogante es uno de los grandes males de nuestra época, pero no es nuevo.

El antiguo mito de Procusto nos indica que desde tiempo inmemoriales existían aquellas personas incapaces de tolerar toda divergencia de lo que ellos aceptaban o consideraban “normal” porque se veían a ellas mismas como la “medida de todas las cosas”. Me pregunto cuánto más daño habría causado Procusto si hubiese tenido redes sociales a su disposición.

Podríamos también pensar en los desdichados prisioneros dentro de la caverna de la que habla Platón en su famosa alegoría, quienes consideran la realidad a su alcance como la totalidad de la realidad.

O el caso (contado por el Dr. Otto Scharmer) de dirigentes automotrices de Estados Unidos que  visitaron fábricas automatizadas de producción de vehículos en Japón y pensaron que los habían engañado porque en esas fábricas no había ni ruido ni personas ni inventario.

Como bien dijo el teólogo y filósofo Arturo Bravo Retamal, todo Procusto “es la antítesis del diálogo”. 

A veces, tras hacer camino al andar, el caminante intencionalmente deshace el camino

Como bien dice Antonio Machado en su conocido poema, “Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar,” enfatizando algunas líneas más abajo que “Caminante no hay camino / sino estelas en la mar.” Pero no caben dudas de que algunos caminantes intencionalmente deshacen el camino andado para que nadie los siga.

Recientemente, en el Monte Shavano del sur del Colorado, con una elevación de poco más de 4300 metros, un grupo de 15 compañeros de trabajo llegaron a la cima, pero solamente 14 descendieron, eliminando las marcas del camino de descenso al bajar.

Sin esas marcas, el hombre abandonado no pudo encontrar el camino y se vio forzado a pasar una noche al aire libre, entre bajas temperaturas y fuertes vientos. Debió ser rescatado al día siguiente. Fue ubicado gracias a su celular y necesitó atención médica.

Paradójicamente, el ascenso a la montaña era una actividad para solidificar las relaciones entre los miembros del grupo. A pesar de ello, aparentemente nadie pensó que, al borrar el camino, se ponía en peligro la salud y quizá la vida de otras personas. O sí lo pensaron.

El poema de Machado parece sugerir que no existe un camino predeterminado a seguir y que el camino se despliega en cada momento del irrepetible proceso mismo de vivir. Incluso se podría interpretar como una invitación a rechazar normas e ideologías preestablecidas y a asumir la responsabilidad por nuestra propia vida, pero no de una manera egoísta o narcisista.

Por el contrario, en este mundo posmoderno, metamoderno, antropocénico o como quiera llamárselo, en constante y cataclísmicos cambios, donde construimos nuestra identidad sobre la base de separarnos de los otros y del universo, nos volvemos tan vulnerablemente protectores de nosotros mismos que intencionalmente borramos caminos y cerramos puertas para otros.

Construir caminos y dejar estelas en la mar es un acto de apertura a nuevas posibilidades al vivir al ritmo de la vida, en un perpetuo acto de cocreación que renueva nuestra propia identidad y nos reconectar con los otros, con el universo y con nosotros mismos dentro de un nuevo horizonte de existencia para el que no estamos preparados ni existe forma de prepararse. 

A la vez, debemos estar agradecidos por aquellos caminantes que abren nuevos caminos y que los dejan abiertos para que otros encuentren sus propios caminos, como la reciente caminata espacial por parte de la tripulación de la misión Polaris Dawn, la primera caminata espacial de una empresa privada.

En este caso, se trata de estelas en el espacio que forjan un nuevo futuro, que invitan a un viaje descubrimiento y de autodescubrimiento al ir más allá de los caminos ya transitados en nuestra búsqueda por sabiduría y significados más profundos.

La invitación no es nueva. El poema de Machado es un “punto de encuentro” de caminos ancestrales, incluyendo el “hodós” de Heráclito, el Tao y la conocida enseñanza de “Yo soy el camino”. Mientras muchos destruyen caminos, otros participan activamente en un dinámico peregrinaje por el camino de la vida. 

La peligrosa trivialización de discriminación y racismo en los medios sociales

Recientemente, por motivos conocidos solo por los desconocidos dioses que gobiernan los misteriosos algoritmos, comenzaron a aparecer en mis redes sociales cortos videos con un tema en común: discriminación y racismo. Pero el mensaje presentado en esos videos, lejos de solucionar ese grave problema social, apunta claramente a exacerbarlo.

En todos los casos se presentan variaciones de la misma escena: alguien es discriminado por su apariencia, su aptitud física o por la manera en que se viste y, como consecuencia, no se le permite a esa persona entrar a algún lugar o comprar algo. Luego se descubre que esa persona era en realidad el gerente del lugar, un millonario, o alguien influyente o muy bien conectado.

Y allí radica precisamente el problema de estos videítos: aparentemente, solo está mal discriminar a aquellos que, por su poder, autoridad o recursos, pueden defenderse a sí mismos e incluso imponer sanciones a quienes tuvieron actitudes racistas o discriminatorias.

En otras palabras, según estos videítos, la manera de evitar ser discriminado es alcanzar un escalón social por encima del discriminador, por ejemplo, acumulando una acaudalada cuenta bancaria, llegando a ser el dueño de la empresa, siendo familiar cercano de alguien poderoso y reconocido, o convirtiéndose en un “influencer”.

Sin embargo, una reflexión más profunda revela que, desde esa perspectiva, alguien podría creer que por tener mucho dinero, poder o influencia, eso le daría la oportunidad e incluso el derecho de discriminar sin reparos a quien quisiera. Y eso es exactamente lo que sucede en la vida real, como lo vemos y experimentamos casi todos los días.

Estos videos (y seguramente muchos otros similares sobre otros temas), lejos de elevar la consciencia de un problema real, proclaman que la razón por la que somos discriminados es que aún no hemos subido lo suficiente en la escalera del éxito como para que otros se vean forzados a aceptarnos o deban pagar las consecuencias de no hacerlo.

Aún peor, en muchos casos estos videítos presentan la discriminación en el contexto de alguien que intencionalmente oculta o enmascara su verdadera identidad para provocar ciertas reacciones y, aunque esas reacciones sean repugnantes e inaceptables, uno debe cuestionarse si el engaño es la mejor manera de desenmascarar la discriminación.

Debe quedar claro, entonces, que estos videos no son más que otro ejemplo no solo de mala información, superficial y dañina, sino de una profunda banalización de un serio problema social, con la única meta de lograr que las personas vean esos videos y, así, colectar “Me gusta”.

Nada nuevo. En la década de 1960, en su estudio sobre la banalidad del mal, la filósofa Hannah Arendt advertía sobre la peligrosidad de aquellos que actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen, pero que no reflexionan ni sobre esas reglas ni sobre el origen o las consecuencias de sus acciones.

Seguimos igual, o quizá incluso peor, porque, como lo explica Arendt, al trivializar el mal contribuimos activa o pasivamente al horror del mal, anulando así todo pensamiento y diálogo.

De la ciencia ficción a la realidad: desdibujando fronteras y abrazando lo imaginal

Hace poco menos de 30 años (1995), el episodio “Exploradores” de Viaje a las Estrellas: Abismo Espacial 9 presentaba al comandante Benjamin Sisko creando una réplica de una antigua nave espacial impulsada por velas solares. Ahora, la NASA anunció que una nueva nave espacial desplegó con éxito sus velas solares.

También hace 30 años (1993), Parque Jurásico se enfocaba en recrear animales extintos, específicamente dinosaurios, usando material genético. En esa fantasía, con la tecnología apropiada y dejando de lado consideraciones éticas, se clonaban distintas especies de dinosaurios. Pero según la empresa Colossal Biosciences, estamos cerca de clonar mamuts.

En uno y otro caso (y en muchos otros ejemplos que podrían darse), la situación es la misma: lo que hace pocas décadas era solamente ciencia ficción presentada en el marco de una o dos horas de entretenimiento ahora se ha vuelto una realidad. No una posibilidad. No un tema de estudio, sino una realidad.

En el caso de las velas solares, la NASA confirmó en un comunicado de prensa que a la 1:33 pm (hora del este de Estados Unidos) del 29 de agosto pasado, el Sistema Avanzado de Velas Solares Compuestas (ACS3) desplegó con éxito la nueva tecnología. Un día después, Ben Lamm, CEO de Colossal Biosciences, informó que la “desextinción” de mamuts “está más cerca de lo que la gente cree”.

Cuando lo que antes era impensable ahora ya sucedió, cuando la ficción se vuelve real y la realidad supera a la ficción, cuando se desdibujan los límites entre fantasía y realidad, entre posible e imposible, en ese mismo instante es cuando deberíamos abrirnos y conectarnos con lo imaginal. Léase con cuidado: hablamos de lo imaginal, no de lo imaginario.

Henry Corbin, un filósofo y orientalista francés del siglo pasado, desarrolló la idea de lo imaginal como un concepto central en el contexto de la filosofía y misticismo sufí e islámico iraní.

Corbin distingue entre lo imaginario, que generalmente se asocia con fantasías o invenciones sin realidad, y lo imaginal, que refiere a una realidad intermediaria, un mundo autónomo y objetivo que es tan real como el mundo material o espiritual, pero que se percibe a través de la imaginación activa. Abrirse a lo imaginal es aprender a percibir un nuevo nivel de la realidad.

Obviamente, la ficción en general y la ciencia ficción ejemplifican, como también lo hace el arte, esa apertura mental y emocional, y en muchos casos incluso espiritual, hacia otro nivel de la realidad, o, como decía Corbin, a un “mundus imaginalis" en donde las formas espirituales y los símbolos adquieren una presencia concreta más allá de la razón y de las experiencias sensoriales.

De esa manera, lo absurdo, lo imposible y lo impensado dejan de ser meras excusas para consumir algo de entretenimiento, es decir, dejan de ser una forma de escape de la realidad, para convertirse en medios de acceso a niveles más profundos de esa misma realidad por medio de experiencias que no pueden ser reducidas ni a abstracciones ni a conceptos.

Astropolítica y carrera espacial corporativa: un peligroso renacimiento de las ambiciones coloniales

Mientras nosotros dedicamos toda nuestra atención a nuevos videos, toda nuestra preocupación a los “Me gusta” y toda nuestra ansiedad a los resultados de nuestro equipo favorito (del deporte que sea), la nueva exploración espacial parece peligrosamente recrear el imperialismo colonizador y explotador que ha prevalecido en el mundo desde hace medio milenio.

Desde hace décadas, expertos en el tema advierten que, más allá de la innegable curiosidad científica y de los impresionantes avances en tecnociencia, las claras ambiciones geopolíticas de los países participantes en la exploración espacial delatan el potencial de una nueva era de explotación y colonización, esta vez en el espacio.

Estamos exportando más allá de la Tierra las mismas conductas y actitudes que han llevado a la humanidad a su precaria situación actual de constantes conflictos en un planeta cada vez más degradado.

En ese contexto, la Dra. Mary-Jane Rubenstein, filósofa experta en ciencia y religión de la Universidad Wesleyana, ha señalado en varias ocasiones los innegables paralelos entre el imperialismo de la Edad Moderna (que, en vez de terminar, parece ahora trasladarse más allá de la atmósfera terrestre) y las actuales tareas de exploración espacial.

En su libro Astrotopía: La peligrosa religión de la carrera espacial corporativa, Rubenstein argumenta que, a diferencia de lo sucedido entre los siglos 15 al 19, el nuevo imperialismo utiliza “altas formas de tecnología”, antes impensables, enmarcadas en una especie de retórica “cuasi religiosa” con ideas como “destino cósmico” o “salvación de la humanidad”.

Además, se menciona una larga lista de “recursos naturales” que podrían “extraerse” de los asteroides, y se habla de “colonizar” la Luna o Marte, creando allí “un nuevo mundo”.

Si alguien duda de la existencia de esa retórica, basta mencionar que existen numerosas películas y series televisivas que se enfocan precisamente en presentar y propagar esa visión, que se asemeja más a la conquista por la fuerza, el comercio o la religión presentada por Asimov en la trilogía Fundación que a la visión casi utópica de Viaje a las Estrellas de Roddenberry.

Sea como fuere, el reciente lanzamiento (literalmente) de la exploración espacial corporativa, además de llevar a sus astronautas a quedar estancados en el espacio o de pasear a celebridades, genera serias preguntas sobre dejar de lado la ciencia para darle prioridad a las ganancias, sobre disputas sobre derechos y propiedades en el espacio, y sobre nuevas formas de injusticia y explotación.

Por su parte, el Dr. Bleddyn E. Bowen, experto en relaciones internacionales de la Universidad de Leicester, asegura en su libro El pecado original: poder, tecnología y guerra en el espacio exterior que la carrera espacial se basa en una “astropolítica” cuyo elemento esencial es “la capacidad militar de tener influencia global”, sin consideración de los seres humanos.

Llevar al espacio el pensamiento imperialista y colonizador de la modernidad es simplemente trasladar esas ideas a un nuevo lugar. Pero, como ya dice el final del Lazarillo de Tormes (1554), “nunca mejora la vida de quien sólo cambia de geografía, pero no de costumbres”.

Algoritmos y monólogos: de la comunicación fragmentada a la pérdida de lo sagrado

Recientemente presencié (por casualidad, sin participar) un extraño intercambio en una reunión social en el que una persona mencionaba un tema y compartía un brevísimo comentario, y luego otra persona hablaba de otro tema, sin conexión con el anterior, y así sucesivamente. Fue ver en la vida real el flujo de posteos en Facebook.

Aclaro que no se trató de una actividad programada en la que se les pidió a los participantes que hablasen de esa manera. Se trató de un evento espontáneo en un encuentro informal en el que pensamientos concatenados, pero desconectados, surgían y desaparecían con la misma rapidez que los mensajes en las redes sociales.

Existen, obviamente, varios ejemplos de pensamientos fragmentados. Por ejemplo, gran parte del material escrito y producido por los filósofos griegos más antiguos solo ha llegado hasta nosotros en forma de fragmentos. Y lo mismo sucede con la mayoría del texto de los rollos del Mar Muerto. Se trata de pensamientos fragmentados que alguna vez estuvieron completos.

Otra forma de pensamiento fragmentado es aquella que se asemeja a colectar pepitas de oro: cada pepita es solo una parte del total colectado, pero a la vez cada pepita agrega algo de valor (el suyo propio) al total. O, si se prefiere, existen pensamientos que son como piezas de un rompecabezas. Al unirse, cada fragmento nos acerca a una mejor versión de la imagen final.

Pero ninguno de esos elementos estuvo presente en el intercambio que escuché el otro día. No hubo fragmentos perdidos, ni se trató de generar algo de valor ni de formar una imagen más precisa del mundo. No fue una conversación ni mucho menos un diálogo, sino un rápido intercambio de micro monólogos sin conexión alguna con el anterior o con el siguiente.

Esa internalización inconsciente de los algoritmos resulta poco divertida y muy peligrosa. Ese peligro radica en dejar de lado el diálogo (día-logos), un elemento clave, incluso se diría esencial, de la humanidad del ser humano porque, en definitiva, somos seres dialógicos en todos los aspectos de nuestra vida. No somos mensajitos, videítos o “Me gusta”.

En una reciente entrevista (16 de agosto), el Dr. John Vervaeke expresó que “se accede a la cognición distribuida interconectada y se cultiva la sabiduría personal dialógicamente”, subrayando que incluso deberíamos buscar “una relación dialógica con lo sagrado”, es decir, “poder hablar con lo sagrado, entablar una conversación con lo sagrado.”

De hecho, afirma este filósofo y neurocientífico, la razón es “dialógica por naturaleza”, por lo que debemos “intentar recuperar el diálogo”.

Resulta lastimosamente obvio que si a duras penas podemos conversar con otras personas, incluso si están junto a nosotros, eso se debe a que ya no existe un diálogo interno anterior, simultáneo y posterior al diálogo externo. En ese contexto, pocas esperanzas quedan de que podamos hablar con lo sagrado, porque el diálogo con lo sagrado no es unidireccional.

Si el diálogo es “inamovible” del ser humano, si somos “seres esencialmente dialógicos” (Vervaeke), perder el diálogo es perdernos a nosotros mismos.

La nueva importancia de la humildad socrática en la época de la tecnociencia

En la Apología de Sócrates (23a), Platón presenta a Sócrates explicando que cuando el Oráculo de Delfos lo declaró el más sabio de todos los seres humanos, lo que realmente quiso decir ese oráculo es que la sabiduría de Sócrates consistía en entender que “la sabiduría humana vale poco y nada”.

Casi dos milenios y medio después, esta perspectiva sigue siendo profundamente relevante, y necesitamos recuperar esa sabiduría para navegar los desafíos del mundo moderno.

Sócrates, que nunca escribió un libro sobre sus pensamientos, sigue siendo sin duda uno de los más influyentes filósofos de la cultura occidental y, muy probablemente, uno de los pensadores más ambiguos (si se permite la expresión) debido precisamente a su capacidad de autoconocerse.

Cuando Sócrates afirma que el verdadero mensaje de la divinidad es que “la sabiduría humana vale poco y nada”, esa afirmación no indica ni desprecio ni menosprecio por la sabiduría humana, sino que es más bien un lamento por el hecho de que, ya en aquella época, y más aún en la nuestra, hemos “rebajado” la sabiduría a algo así como la mera acumulación de conocimientos o, peor aún, a la capacidad de alcanzar ciertas metas.

Sócrates nos advierte que el “valor” de la sabiduría no radica en su potencial utilidad; es decir, la sabiduría no es una “herramienta” con la que “se hacen” cosas. De manera más estricta, la sabiduría no consiste ni en la acumulación de conocimientos ni en la adquisición de habilidades técnicas.

Para Sócrates, reconocer nuestra propia ignorancia (“Sólo sé que no sé nada”) y aceptar que la sabiduría humana “vale poco y nada” forman los cimientos de la verdadera sabiduría. Desde esta perspectiva, y midiendo con esta vara, los “expertos” y los “intelectuales” tanto de aquella época como de la nuestra, diría Sócrates, no son realmente sabios.

La razón es clara: nos hemos vuelto tan adictos a nuestras propias ideas (como dijo el Padre Richard Rohr) que estamos enceguecidos por nuestras creencias, conocimientos y habilidades, al punto de confundirlos con sabiduría. Esa ignorancia no solo se ignora a sí misma, sino que es una ignorancia arrogante que se autoproclama como sabiduría.

Por el contrario, para Sócrates, “el ser humano surge como una entidad imperfecta, pero mediante el aprendizaje permanente, la humanidad puede alcanzar un nivel de realización personal y plenitud”, como expresa Fatih Demirci en el artículo “Sócrates: el profeta del aprendizaje de por vida”.

Sócrates llamó a su conducta “filosofía” y a sí mismo “filósofo”, sugiriendo que “el aprendizaje es una búsqueda incesante de conocimiento sin la intención de alcanzar un fin”, agrega Demirci.

En el siglo 21, el ideal socrático de la "vida examinada", las limitaciones de la sabiduría humana y la centralidad del autoconocimiento tienen una profunda relevancia. A medida que nuestro mundo se vuelve cada vez más complejo e interconectado, la humildad para reconocer los límites de nuestra comprensión y la voluntad de cuestionar continuamente nuestras suposiciones son cualidades esenciales para afrontar los desafíos que enfrentamos, tanto a nivel individual como global.

Ecos de la Ilustración: los peligros de delegar el pensar propio en este mundo fragmentado

Con cierta frecuencia, tanto en conversaciones directas como por medio de las redes sociales, escucho o leo a personas que están buscando a algún gurú, o referente, o influencer que les provea respuestas y soluciones para los problemas que esas personas enfrentan en sus vidas en el contexto de un mundo cada vez más caótico, complejo e impredecible.

Lo que me llama la atención no es solamente la creciente frecuencia con la que se expresan esos pedidos sino que, a la vez, lo que se busca no es alguien que facilite un diálogo tanto interno como externo para encontrar así las respuestas que desesperadamente se buscan, sino que se desean recibir directamente esas respuestas, delegando en el “referente” esa responsabilidad.

Dicho de otro modo (y simplificando y generalizando indebidamente), no existe un deseo de diálogo sino que se espera un monólogo unidireccional en donde el incuestionable “sabio” exprese su “sabiduría” con tanta autoridad y carisma de modo que esa “sabiduría” puede ser aceptada acríticamente. Esa aceptación acrítica de autoritarios carismáticos es peligrosísima.

La situación no es nueva, pero parece haberse agravado en un contexto sociocultural global en el que el mundo conocido se fragmentando y desdibujando día tras día ante nuestros propios ojos para ser reemplazado por algo aún demasiado difuso como para entenderlo, parecido (pero en la vida real) a la ficticia enciclopedia china “Emporio celestial de conocimientos benévolos” mencionada por Borges en El idioma analítico de John Wilkins (1952).

En su prefacio a El Orden de las Cosas (1970, xv), Foucault, tras explicar que el origen de su libro es precisamente el mencionado pasaje de Borges, añade que Borges captura cuán perturbados ahora estamos “por el colapso de la milenaria distinción entre lo Mismo y lo Otro” y, como consecuencia, por “las limitaciones de nuestro propio sistema de pensamiento”.

Pero ya en 1784, en su opúsculo Qué es el Iluminismo, Kant se lamentaba de la “pereza y cobardía” de aquellas personas que “con gusto permanecen en la inmadurez durante toda la vida” porque “les resulta muy fácil ser inmaduros”.

Como bien dice Kant, se trata de personas que reemplazan su propia consciencia y su entendimiento por algo externo (un libro, un pastor, un médico). En nuestra época debemos agregar un influencer, un videíto, un posteo. 

Como explica Kant, en presencia de un “guardián benevolente”, muchos prefieren (preferimos) que esa persona se haga cargo y responsable del “tedioso trabajo” de tener que pensar por uno mismo. El resultado, afirma este filósofo, es dejar de ser humanos (es decir, ser responsables por nuestras propias vidas) para transformarnos en “criaturas dóciles” y “domesticadas”.

Pero para pensar por nosotros mismos debemos tener la libertad de pensar, una libertad que ya en la época de Kant había sido fuertemente restringida y que en nuestra época se restringe al reemplazarse “pensar” con “calcular” y “calcular” con la posibilidad de elegir entre ciertas opciones ya predeterminadas.

Sé muy bien que este balbuceo mayormente incoherente poco y nada aporta a un pensamiento propio. Sólo quisimos intentarlo,

El perpetuo ciclo de narrativas limitantes: Resistiendo la activación de narrativas cuánticas

Recientemente me encontré, totalmente por causalidad, con un joven quien, poco después de comenzar una conversación informal, me indicó que ya había abandonado una cierta creencia limitante a la que estaba apegado desde la infancia. Pero antes de que yo pudiese decir algo quedó claro que este joven había reemplazado su creencia por otra tan limitante con la anterior.

Sé muy bien que las personas con frecuencia se apegan a una narrativa o historia particular que les ofrece una cierta comprensión del mundo que les permite sentirse seguros y hasta en control. Pero cuando esas narrativas son desafiadas (sea por cambios en la vida de la persona o cambios en el mundo), muchas personas prefieren no abandonar esa narrativa, aunque resulte inoperante.

La alternativa sería abrazar y activar un enfoque más flexible y fluido, es decir, una narrativa que permita y facilite el acceso a la realidad adyacente y a nuevas posibilidades, e incluso a un nuevo futuro, lo que se conoce como narrativa cuántica (parafraseando a David Boje).

Pero esa alternativa de activar una narrativa cuántica resulta casi imposible si alguien está tan aferrado, tan inmerso dentro de su propia narrativa que considera que esa narrativa constituye la totalidad de la realidad, del mundo, de la historia y hasta de las posibilidades que esa persona tiene para sí mismo en el presente y en el futuro.

Resulta obvio que ese es precisamente el efecto de las narrativas limitantes: atraparnos dentro de nuestra propia ficción por medio de una telaraña de representaciones mentales de los personajes, eventos y valores que definen el mundo presentado por esas narrativas. Pero tarde o temprano toda narrativa enfrenta desafíos cognitivos o emocionales que obligan a repensarlas.

Sin embargo, lamentablemente, en lugar de reconocer las limitaciones de su narrativa actual y de explorar nuevas formas de pensar y actuar para darle sentido a sus experiencias pasadas, presentes y futuras, muchas personas se aferran a una narrativa limitante simplemente porque ya la conocen o la reemplazan por otra narrativa igual de limitante, pero “nueva”.

Este patrón de intercambio de narrativas limitantes sin nunca llegar a una narrativa o historia cuántica (es decir, incierta, ambigua y compleja, pero siempre llena de posibilidades) refleja una tendencia humana fundamental a buscar certeza y estabilidad frente a la incertidumbre y el cambio, pero rechazando la oportunidad de madurar como persona frente a ese desafío.

Las razones de esta resistencia a dejar de lado una narrativa limitante y a activar una narrativa cuántica son complejas y se arraigan en las dinámicas psicológicas y cognitivas del compromiso narrativo, excediendo así los límites de este breve comentario.

Sea como fuere, queda claro que resulta muy difícil abandonar aquellas historias y creencias adquiridas acríticamente durante los años formativos de la infancia y adoptar una comprensión más abierta y multifacética de nuestras vidas.

Pero para avanzar hacia una comprensión más profunda del mundo y de nosotros mismos eso es lo que deberíamos hacer para reflejar la verdadera naturaleza de nuestras vidas y de la realidad.

View older posts »

ArCHIVOS DESDE 2008