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Proyecto Visión 21

Nunca debemos asumir con quién hablamos ni presumir ante esa persona

Recientemente leí la historia de un hombre que decidió acompañar a un amigo a un bar al enterarse que la novia del amigo llegaría con una amiga. Ya en el bar, el hombre en cuestión mantuvo una animada y prometedora conversación con la mujer a la que él acaba de conocer, hasta que ya muy tarde el hombre descubrió el inexcusable error que él había cometido. 

Resulta que, además de la oportunidad de conocer a alguien, el hombre había aceptado ir al bar con su amigo para celebrar el hecho de que este hombre había encontrado un nuevo trabajo como desarrollador de programas de computación, un empleo permanente en su área de especialización que le generaría muy buenos ingresos. 

Por eso, durante la conversación con nueva amiga, este hombre repitió varias veces que él tenía un nuevo trabajo y que ganaría mucho dinero. Y dijo, también varias veces, que él trabajaría en programas de computación, pero, él le dijo a la mujer, él no iba a explicar el tema porque, afirmó, sería muy difícil que ella lo entendiese.

Luego de varias horas de conversación, y de algunas cuantas bebidas alcohólicas, llegó el momento de la despedida. El hombre le pidió entonces el nombre a su nueva amiga. Ella se lo dio y agregó “Estoy en Facebook. Búscame”. 

Tras despedirse, el hombre fue a Facebook y encontró que la mujer con la que él había estado hablando en el bar durante todas esas horas y a quien le había dicho que ella jamás entendería sobre programas de computación era, sin que él lo supiese, la fundadora y presidente de la empresa que acababa de contratarlo. 

El hombre nunca se presentó al nuevo trabajo y compartió su historia como advertencia y ejemplo de ser muy cuidadoso de no asumir nada sobre nadie. 

La advertencia es válida. Muchas veces nos enfocamos desmedidamente en el impacto que queremos tener en la otra persona, sin realmente pensar, mucho menos sentir, a esa otra persona. Y esa desmesura, rayana en la locura, de buscar “impresionar” o “conquistar” al otro nos impide ver el ridículo que estamos haciendo hasta que los resultados ya son lamentables e irreversibles.

En ese contexto, podría decirse que un elemento clave de tratar al prójimo como “otro como yo”, o, si prefiere, tratar al otro como nos gustaría ser tratados, es no disminuir el valor de la otra persona ni, mucho menos, creernos superiores debido a nuestros conocimientos o ingresos. Incluso si contamos con una sólida formación académica y con sólidas finanzas, eso no nos hace superiores.

En definitiva, si solamente vemos al otro como otro, sino vernos a nosotros mismos en el otro, sea en toda su bondad o en toda su monstruosidad, es decir, si sólo nos vemos a nosotros mismos todo el tiempo y sin importar las circunstancias, tarde o temprano llegará el momento en el que nosotros mismos, por nuestras palabras o acciones, destruiremos ese pequeño mundo narcisista de fantasía en el que nos creemos insuperables e invencibles. 

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