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Proyecto Visión 21

Ya no sabemos o no podemos distinguir lo verdadero de lo falso

Recuerdo haber leído hace cierto tiempo la historia de que la conocida cantante Dolly Parton un día se inscribió en un concurso de imitadores de Dolly Parton y perdió. De hecho, le dijeron que ella no imitaba bien a Dolly Parton y le dieron el premio a un hombre vestido como ella. Esa historia ilustra un elemento de nuestra época: preferimos la imitación a lo original.

El tema, obviamente, no es nuevo. Podría decirse que es tan antiguo como nuestra civilización y como la humanidad misma. Los seres humanos, según parece, siempre hemos tenido el deseo de separar la realidad de la ilusión, lo real de lo imaginario, el conocimiento de la opinión, y lo actual de lo ficticio. Pero pocas veces hemos tenido éxito.

Repitiendo y parafraseando una antigua enseñanza que ya figura en el Talmud, la novelista francesa Annais Nin expresó el siglo pasado que “No vemos las cosas como son, sino como somos”. O, si se prefiere, como dijo Ramón de Campoamor, “todo es según el color del cristal con que se mira”. 

Podría decirse, siguiendo a Campoamor, que esa desaparición de la línea de separación entre la realidad y la ilusión sólo es posible “en este mundo traidor”, es decir, en un mundo en el que “nada es verdad ni mentira”, anticipando así en el siglo 19 la época de la posverdad del siglo 21.

En ese contexto, no puede dejar de mencionarse al tango Cambalache, escrito por Enrique Santos Discépolo en 1934, en el que correctamente afirma que vivimos en la época en la que “Todo es igual, nada es mejor / Lo mismo un burro que un gran profesor.”

Dicho con otras palabras, vivimos en una época en la que no es que la verdad haya desaparecido, sino que la verdad (y, por lo tanto, la mentira, porque van juntas) se ha vuelto irrelevante. 

Entonces, no solamente vemos las cosas como somos, no solamente aceptamos que nada es verdad ni mentira, y no solamente creemos que todo es igual y nada es mejor, sino que no nos interesa que así sean las cosas. Nos hemos vuelto arrogantemente ignorantes, es decir, sabemos que somos ignorantes, pero no nos importa. De hecho, nos creemos con el derecho de serlo. 

En esa situación, la apariencia, la sombra, la ilusión, presentadas ininterrumpidamente ante nuestros ojos en cualquier pantalla a la que tengamos acceso y repetidas ad nauseam en cada posteo y mensaje en las redes sociales, se vuelve nuestra realidad, porque, como decía Carl Jung, la realidad es aquello de lo que no podemos separarnos.

Aún más, Jung sostenía que no podemos sanar aquello de lo que no nos podemos separar, invitando así a tomar distancia entre lo que nos sucede y nuestra respuesta, reviviendo una enseñanza que ya enseñaban los estoicos. 

Hace dos milenios, algunos rabinos afirmaban que la única diferencia entre el cielo y el infierno es solamente nuestra actitud. Quizá tanto se ha osificado nuestra mente y corazón que por eso vivimos en el infierno. 

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